Fotos: Valentina Oyuela
Luis Ziembrowski, actor, director de cine y guionista con una trayectoria fecunda tanto en cine y televisión y en teatro, con obras donde se destaca, entre otras: “Corderos” dirigido por Daniel Veronese y “Hamlet” con dirección de Rubén Szuchmacher, y en cartel actualmente, protagoniza la película “Los Sonámbulos” de la cineasta Paula Hernández, entre tanta producción ya que se trata de un actor sumamente prolífico y versátil en sus interpretaciones. Ha recibido numerosos premios como actor revelación y como mejor actor.
¿Por qué consultas?
Tengo un problema de transferencia, Doctora (risas). No tengo más plata para transferir (risas)
Puede ser un buen motivo de consulta, la transferencia y el tema del dinero. Actualmente, hay una angustia social muy fuerte en la Argentina.
Estoy muy prendido, no a la angustia pero si a lo que concierne todo lo social. Me llena de bronca, de tristeza, de preocupación y de incertidumbre. Eso me genera ansiedad. Estamos en un momento en que el país está muy borde otra vez. Rotos, en un estado muy crítico, quebrado. Default es quebrado, ¿no? Escuché que significaba “quebrado” justamente, esa palabra me resonaba en nuestra historia argentina porque ya hemos vivido otros momentos así.
Ahora, ¿por qué consulto…? No sé dónde está la razón… Me parece que es un enigma separar la actuación de la vida, es un enigma permanente que me acompaña, a veces se pone adelante, otras veces está al costado, y por momentos, ni siquiera está a la vista, pero está ahí, y vuelve cada vez. Siempre pareciera estar ahí la separación entre lo que es contar, expresar, elegir signos que van a ser espectados y que tengan una resonancia, y por otro lado, está la vida privada.
¿Son dos vidas? ¿La del personaje y la de Luis?
No sé si es otra vida o es una sobrevida. Logró separarlas porque logró una vida (silencio). Está la conciencia que es el presente ya que uno no es otro tampoco. Aunque observo que en el presente de la actuación y en la vida, no soy el mismo a veces, o es el mismo quien puede amar y dejar de amar a lo largo del tiempo… o puede ser otro…
¿Te sentís otro Luis?
No sé si otro, hay cosas que vengo trayendo desde siempre y algunas que me hacen flaquear los bordes de mi yo, no sé si la palabra es flaquear pero se desdibuja mi yo.
Podríamos usar esa palabra: ¿entrás en default?
(Risas) Por ahí es algo anterior al estado de quiebre porque me imagino que quebrar debe ser cortar amarras con la conciencia, no lo sé pero supongo que debe ser eso quebrar… Como cuando se me quebró hace unos 4 años el manguito rotador en una de sus partes en mi brazo izquierdo, eso me pasó jugando al fútbol. Me apoyé muy mal, venía a mucha velocidad y cayó todo el peso de mi cuerpo sobre el hombro.
¿Por qué tu cuerpo eligió caer sobre el manguito rotador?
Supongo que para no golpearme la cara porque expone más la cara que el brazo aunque también trabaja el brazo. Me tuve que recuperar de todas maneras ya que en la cámara filmando una película, no sólo en teatro, lo primero que se expone es la cara… Ahora que lo pienso, yo vengo rotando siempre y hay un punto en el cual también me apoyo para poder rotar. Es que por momentos, hay mucha velocidad en mí. A veces es sólo dejarse llevar y no dominar, y eso fue así a lo largo de mi vida. Entonces, por supuesto, hubo golpes.
Te dejaste llevar por el arte trabajando mucho y de hecho, sos un actor muy prolífico.
Hay algo raro con el tiempo de la actuación y con el cuerpo justamente. El cuerpo en el presente que se actúa ya tiene su recorrido y va generando efectos, se va rompiendo, se va arreglando… En relación al cuerpo y a la distancia, me puedo referir a otro tipo de quiebres. Quiebres de fantasmas, de memoria, de ausencia, sobretodo, el fantasma de mi padre, por ejemplo. Mi papá biológico es un fantasma que aparece y desaparece. Él en un momento fue actor y después se dejó llevar por un juego no expresivo sino delictivo. Hubo ausencia pronta, cuando yo era muy chico. Desapareció cuando yo tenía 2 años. Cuando vuelve aparecer, vuelve aparecer alguien que yo no tenía ni idea quién era, ya que no lo vivenciaba como padre sino más bien como un lugar ausente. Un lugar y un rol ausente. Es un fantasma que uno no llama, aparecía y desaparecía sin que lo llamen. Y tuve un papá de crianza porque mi vieja se casó.
¿Y funcionó como papá?
Sí, con toda la extrañeza del comienzo porque yo ya tenía 6 años.
¡Y en pleno Edipo, no te gustaría nada!
(Risas) ¡Nada de nada! Y hablando de golpes, él fue como una especie de golpe. Fue un golpe psíquico que me dejó más en estado de shock y se activó más aún. Tal vez por la necesidad de tener un padre, lo dejé entrar, no lo rechacé. Sin embargo, era muy extraño. Tengo dos hermanas mayores, yo era muy mimado por la familia, también por mis abuelos, por mi abuela rusa que hablaba mal el castellano, la babe. Y Lito, mi padre de crianza, entró con otra cultura, de origen italiano. Mi mamá si es de origen judío pero nunca fuimos practicantes para nada. Hay un agnosticismo y ateísmo, y sin embargo, hay marcas, porque mis abuelos vinieron de Polonia escapando entre guerras y dejaron la marca de los judíos que se escapan del hambre. Yo me río un poco de esa marca pero detrás de esa risa, sé que hay algo medio viscoso porque la marca no la puedo sacar: estoy circuncidado. Mi abuelo materno fue el que más insistió en ese momento para que me hagan la circuncisión, por su formación. Yo pertenecía a los judíos del Idisch que son distintos a los judíos del hebreo que son como los judíos oficialistas, es otro palo, en su momento era el otro lado, era el contrincante. Fui a instituciones que tenían que ver con los judíos podríamos decirle, progresistas, y la mayoría eran comunistas o anarquistas; después se fueron deshaciendo de esas marcas. Algunos venían de abuelos con un particular devenir colectivo y en esas instituciones, se ejercitaba la mirada sobre lo social colectivamente y había un referente que lo pensábamos como el otro imperio.
La figura con la etiqueta del “judío zurdo” por un lado, y del otro, el otro palo.
Y si, uno está etiquetando todo en la vida en principio. Yo no puedo decir que soy ruso porque me siento argentinísimo. Nací en Buenos Aires en el borde de Villa Crespo en el Cid Campeador que puede ser más para el lado de Caballito. Ahora estoy en Palermo pero siempre volví y viví 17 años en otro borde de Villa Crespo en Juan B. Justo y San Martín, más de lado del barrio Paternal, en mi primer vida de propia familia, la que yo construí. En mi casa de origen estuve por Villa Crespo, pero después despegué hacia Ciudadela porque pensé que había que retirarse a extramuros a una zona donde no sabía todavía si no se venía un exilio mayor por una cuestión política de mi vieja con Lito. Él era un gremialista bancario y era un tipo que venía del campo. Yo tengo un compromiso con las palabras y con la toma de decisión pero creo que el comunismo que tenía Lito lo llevó hasta la tumba y hasta los últimos días se peleaba con los directivos del Partido Comunista pero no quiso abandonar eso. Tuvo una militancia también en Derechos Humanos y en Ligas Agrarias, volvió al campo cuando se jubiló como bancario, detestaba la ciudad porque había venido para acá escapando entre otras cosas de su padre… pero ese comunismo tiene un lugar muy genuino, muy interesante y profundo. Es de una creencia orgánica casi bordeando algo religioso. La ortodoxia política también es un territorio. Me distancié de eso en mi adolescencia a partir de descubrir la actuación.
Contame cómo fue ese descubrimiento.
Fue en una muestra de un taller de teatro a los 17 años dentro de las instituciones judías zurdas (risas) y que en ese entonces, se daba en llamar: judíos progresistas. El progresismo hoy es una especie de máscara pero mi padre de crianza era más comunista que esos judíos comunistas. En esa muestra hicimos “Romeo y Julieta”, yo hacía de Mercuccio, amigo de Romeo, era el gracioso de la obra y recuerdo que maneje la gracia, el tiempo y lo trágico qué es la muerte. Muere por una estocada de Teobaldo, el primo de Julieta, el antagonista de Romeo, y percibí que yo había expresado algo y había llegado a otro lado. Algo sucedió en esa obra, algo chamánico, medio brujo, porque yo era el que ejecutaba esta escena.
Hubieras soñado a tus 17 años que terminarás a sala llena en el Teatro San Martín haciendo otro texto de Shakespeare en el rol del rey Claudio de Hamlet.
Soñé algo así enorme cuando era chico y jugaba al fútbol. Miraba la tapa de la revista Gráfico y yo quería estar en la tapa de esa revista porque me gustaba mucho y después dejó de gustarme porque me empecé a romper todo. Me volvió a gustar y me distanciaba pero después volvía. Es un juego que se inocula desde muy chiquito y a mí me dio todo, mucha entrega y mucho lugar de pertenencia. Esto de “el equipo es el equipo”, el tratar de dominar la pelota, el objeto, y esas cosas me convocaron siempre. El fútbol me contuvo mucho, no lo hacía mal tampoco lo hacía muy bien pero no lo hacía mal y perduró. La verdad, volviendo a Claudio, no, no me lo imaginaba… Sucedió la actuación, después me distanciaba, después no sabía y luego más tarde ya no pude detenerme de estar en el vértigo de la improvisación. Tratar de imaginar que el cuerpo expresaba cosas y que otros lo miraban fue algo muy fuerte que me “inoculó” Guerberoff en ese primer taller. Además estaba muy conectado con mi primo y juntos empezamos a hacer las primeras pruebas de una creación independiente. Cuando me di cuenta, noté que más allá del estudio de Shakespeare o del estudio de Beckett, dos autores muy fundantes en mí -porque Guerberoff tomaba esos autores como líneas expresivas-, apareció la propia narración escénica. La creación colectiva que habíamos hecho ligado al humor y el clown, produjo un efecto tan rimbombante afuera que me dio la posibilidad de trabajar, de extenderme en la vida, de viajar y de ir a festivales. Después nos juntamos con otros dos y generamos un grupo, y después fundamos Pista 4. Había uno en el grupo que era bailarín de tango, el cuerpo y la danza se combinaba, estuve en el principio de los ‘90 en lugares experimentales y en paralelo a esto, entré al San Martín muy pronto. Y todo esto me permitió que el cuerpo estallara. Viajar y volver. Trabajé un poco en el Parakultural en el ‘89, estuve la última noche cuando el dueño, Omar Viola, decidió cerrar a altas horas de la mañana. Por un lado, está la propia creación actoral y por otro lado, está el límite; yo me lo tomé profesionalmente pero en esas épocas uno vivía con menos. Ahí tuve dos períodos de análisis, uno a partir del ‘99 y después hice un análisis de muchos años con una mujer.
¿Y cómo era la transferencia? Dijiste que venías a la consulta por problemas de transferencia.
(Risas). Isabel era bárbara pero empecé a tener problemas tal vez por la edad de ella, empecé a notar senilidades y eso me llevó a cerrar el proceso de 12 años. Después estuve un tiempo sin nada y ahora estoy analizándome hace 3 años pero con un hombre. Antes de Isabel, no me gustaba mucho lo que me estuvo pasando con otro, ahí tuve un episodio extraño, me lo había recomendado una amiga. Fue un hecho que ahora lo veo muy gracioso, no entendía bien que me pasaba. Ahí sí había un problema de transferencia, no me gustaba su ámbito, su ropa, no entendía lo que me decía, no ligaba. Él estaba tratando todo el tiempo de ver cómo acomodarme la vida. Cerraba las cuestiones, no las abría y parecía una terapia de apoyo, y le manifesté que no estaba cómodo con esto. Le planteé de terminar el tratamiento y me preguntó por qué; a él le parecía importante que yo siga, que cierre de otra manera y que sepa que es lo que me estaba pasando. En la semana siguiente entré por una puerta de costado porque estaban arreglando un caño, me hizo pasar por una habitación, tuve que pasar por un desván donde había cosas acumuladas, había estantes, fotos…; eso duró unos segundos y en ese recorrido vi una foto de mucha armonía en su vida: él con un perro, sus hijos, una foto familiar. Durante la sesión me sigue preguntando sobre porque quería irme y le dije que en realidad veía en él una vida demasiado alejada de lo que para mí era la vida, aunque no le dije que vi la foto, pero sí le describí algo de la vida armoniosa. Le dije que eso me cargaba de cierto resentimiento. Yo estaba en el diván y me pregunta si imaginaba seguir con otro análisis y yo le contesté que sí. Me pregunta con quién me imaginaba seguir y lo primero que se me vino a la cabeza, fue decirle que me imaginaba analizándome con Germán García, y escucho que me dice desde atrás: “ese es un hijo de puta”.
Ahí me parece que el problema de transferencia lo tuvo el analista.
¡Total! (risas) (silencio) Perdón, pero ¿porque estoy acá? (risas).
¡Qué buena pregunta!
Y vos, ¿tenés alguna respuesta antes de cerrar?
La respuesta está en vos.
Es que es extraño porque al conocer algo del análisis y tratar de asociar en ese sentido, y hacerlo por fuera de mí análisis… me siento extraño.
Retomemos la pregunta sobre la transferencia y el problema que se le planteó a ese psicólogo, ¿no será que vos en ese momento lo convocaste a que te ayude y se ponga en el lugar de un padre para que sea parte de tu mundo? Quizás había algo que resolver con ese fantasma que iba y venía, a quien vos querías sacar de tu vida. Pudo haber sido algo necesario irte para ser vos el que tuviera el dominio del fantasma. En cambio, hoy venir a analizarte con una mujer, ahora que te analizas con un hombre, te remontó a tu transferencia con Isabel, a ser el orgullo de mamá.
Quien estaba muy contenta que entrara al San Martín con tan pocos años era mi madre, ella estaba muy orgullosa.
Con la analista mujer fue hasta ahora el análisis más largo, pero creo que con el hombre algo de ese fantasma se elaboró para inventar un padre diferente, y pasar a poder tener otro analista.
Totalmente.
Ahora queda el interrogante: ¿cómo transferir todo lo que cobija Luis Ziembrowski en su interior para ser cada vez más Luis Ziembrowski? Ahí aparece una gran riqueza.
¿Te tengo que transferir dinero por esta sesión?
(Risas). Dejamos acá.
Del otro lado del diván
La sesión se inicia con la transferencia y termina con la transferencia. De no tener “dinero” para transferir, termina preguntando si tiene que transferir y pagar la sesión. Esto ocurre porque Luis entra rápidamente en transferencia y logra empatizar en profundidad. Es un seductor nato y el hecho de haber sido el niño mimado de su madre y su abuela, lo hace muy conocedor del trato con las mujeres y de saber cómo ocupar un cierto lugar de relevancia con ellas. Tiene una mente muy abierta que va a gran velocidad para percibir sus emociones y las del otro, y vincularse desde allí, y supo buscar sus puntos de apoyo para acolchonar los golpes.
Hay un aspecto misterioso que lo hace sumamente interesante. Lo enigmático en él es un signo de esa cuestión que plantea como motivo de consulta en relación a la separación entre la actuación y la propia vida, donde por momentos, tal como él señala, puede sentir que es otro. Y es otro, porque en él hay muchos otros que lo nutren, esos otros que no se dejan ver, que son como fantasmas que aparecen y desaparecen (me pregunto si esto podría estar ligado a la impronta que dejó ese padre fantasma). Sin embargo, su Yo no se quiebra porque tiene la sabiduría de reconocerlo, de analizarse y de poder construir una vida y un Yo que pueda alojar a esos otros. Aquel que dejó entrar a ese otro padre por necesidad de un padre y aquel que pudo identificarse con su padre adoptivo en su compromiso con lo social aunque sea diferente en su ideología , el que puede pertenecer al grupo del “judío zurdo” y al del ateo, el que pudo “adoptar” a otro padre como Guerberoff en lo actoral, el futbolista que hace equipo, el chamán que sabe cómo encarnar la gracia y el humor de Mercuccio y dar su vida por su amigo Romeo, riéndose de la muerte. Esos otros que le permiten ser tanto actor del under como del circuito más comercial y seguir siendo fiel a sí mismo.
Es muy trascendental el final que tuvo con su analista hombre. Aquí hay una escena muy teatral donde es él quien propone “adoptar” a otro “padre” (Germán García) y el analista muerde el anzuelo contratransferencial. Según el concepto que Melanie Klein ha dado en llamar mecanismo de identificación proyectiva, su analista se identifica con aquello que él le proyecta. Luis logra dar vuelta los roles y hacer sentir a su analista la ira que pudo haber sentido él de niño con la desaparición de su padre. Consigue ser él quien se va y no el abandonado. Esta es una elaboración en transferencia en tanto pudo dar lugar a continuar su indagación personal con otro analista.
Siguiendo a Freud, la transferencia es la reedición de antiguos vínculos, emociones, vivencias y deseos hacia otra persona, y fue tomada en principio como resistencia, hasta que Freud advierte que es la herramienta fundamental para el desarrollo de un análisis. En toda transferencia con el analista, hay una demanda, y toda demanda, es una demanda de amor. Ahí está el punto de capitoné del final de esta sesión en su posibilidad de transferir y de dar amor, algo que Luis puede seguir desplegando tanto en su arte como en su vida personal.