Era un dios bruñido
en el alto
de la tarde.
Manaba un fuego
que danzaba
para
resucitar
a esa muñeca inerte
que fui hoy,
que fui ayer.
Soplaba en las hendijas
de mi pena
para engañar a todo
lo muerto:
árboles talados
retoñaran,
Miguel,
frutos arrancados
crecerán.
Y todo lo que vive
seguirá esparciendo
su perfume.
Las flores brotarán,
los colores
seguirán
dando su luz.
Eso es lo inevitable.