Los psicoanalistas estamos asistiendo a un fenómeno del orden de lo inédito durante este período de cuarentena. Estamos observamos y pensando junto a otros psicoanalistas los cambios que detectamos en nuestros “consultorios virtuales” a partir del 20 de marzo que los argentinos estamos en cuarentena. Si bien en mi caso, hace años realizó la atención por videollamada con los pacientes del exterior y el cambio en todo caso ha sido para mis pacientes argentinos con quienes tenía sesiones presenciales, para otros analistas, resulta aún de muy difícil aplicación. Recuerdo que en principio, ya de esto hace casi 20 años, estuve reticente ante la primera demanda de análisis de quien estaba radicado en Francia, pero la acepté a condición de probar un tiempo prudencial para saber si funcionaba el tratamiento psicológico por videollamadas; finalmente, lo integré con total naturalidad, tanto fue así que este primer análisis se mantuvo del principio al fin dos veces por semana con una duración ininterrumpida de siete años y con un fin de análisis acordado entre ambos, contando con el mismo compromiso emocional y psíquico que se instala en los análisis que realizo de manera presencial. Como todo lo nuevo, generó críticas de colegas que en aquel entonces estaban asombrados por esta modalidad de análisis, y algunos de quienes se rehusaban, lo probaron y hoy también lo realizan desde hace años. Los analistas no estamos exentos de la dificultad de implementar cambios, posiblemente a causa del grado de creatividad que tiene nuestro trabajo, algo que a mí personalmente, es lo que me apasiona y me da placer, ese “no saber” qué saldrá de la boca o del silencio que se aloja en una sesión. Desde la cuarentena, si deseamos dar continuidad al tratamiento, esta modalidad de trabajo es necesaria y no es producto de una elección como en el caso de quienes residen en el exterior y eligen atenderse con un analista de otro país, sino que se impone bajo estas circunstancias desatadas por la pandemia del virus Covid-19 que comenzó en la ciudad de Wuhan en el mes de diciembre y se diseminó a toda velocidad, requiriendo el confinamiento obligatorio. Que esta medida sea tomada en casi todo el mundo y que, como señala Rafael Spregelburd, esta pandemia se caracterice por dar un “golpe al corazón del imperio”, nos inserta aún más en un mundo globalizado. En cambio, en África, al estar preparados por enfrentar la crisis sanitaria del virus Ébola que afectó al 40% de las personas con una duración de tres años, afortunadamente, están pudiendo controlar la pandemia. Aunque el tratamiento político sea diferente en cada país, el virus no discrimina, trata a todos por igual, sin distinción de raza, nacionalidad, religión o partidos políticos, y los efectos psíquicos que puedo registrar tanto en argentinos como en las personas que atiendo en el exterior, son muy similares pese a las diferencias culturales: temor a la pérdida de los seres amados y dolor frente a no poder ir a verlos, angustia por la desinformación, trastornos de ansiedad y del sueño, sumado a las inquietudes económicas, esto engloba a todos.
Retomando las observaciones del Dr. Ezequiel Achilli (1), responsable de la columna de Psicología de la revista, me resultó muy interesante que hable del distanciamiento “físico” y no “social”, debido a que lejos de engendrar alejamiento, nos acerca más con quienes resultaban desconocidos. Y lo mismo ocurre con el vínculo analítico. Estamos atravesados por los efectos psíquicos del confinamiento tanto analista como analizante, y tal como lo señala Achilli, la figura del enemigo se desplaza al virus y ya no es “el otro”, en tanto alteridad. Ese otro queda en el lugar del semejante que promueve una cercanía con el desconocido reforzando el lazo social y las redes de solidaridad, lo cito: “en un momento en el que las diferencias nos distanciaban cada vez más, y la igualdad era exigida e intentaba ser impuesta, la peste, como en un mito griego, nos hizo a todos volver a ver nuestra fragilidad y semejanza natural, y nos sacó de la grieta” (1). En personalidades con tendencias paranoides, el otro puede ser vivenciado como un peligro: portador de un virus que puede contagiarnos. Pero si el otro es un semejante, y se diluye la grieta, si sentimos en nuestras tripas el “dios ha muerto” nietzschiano, en tanto, ya no podemos recurrir a un Todopoderoso que encubra la indefensión humana, si comenzamos a sentirnos parte de la cadena darwiniana y que no es el más fuerte el que sobrevive, si cae el analista “d’emblée” del lugar del supuesto saber que nos asigna el analizado y si ese no saber le devuelve el saber de lo Inconsciente, el psicoanálisis se verá enriquecido en su cosmovisión y en su clínica. La premisa socrática en el analista, es a mi criterio, el a priori de nuestra posición ética: sólo sé que no sé nada (el que sabe siempre es el analizado, es quien tiene el saber de lo Inconsciente que uno puede iluminar desde la escucha de los actos fallidos, sueños, síntomas). Y esta vulnerabilidad compartida, nos humaniza. Pero tampoco sabemos lo que puede seguir engendrando el aislamiento si continúa mucho tiempo más, ya que también ese «otro» se percibe como posible portador de un virus que puede contagiar…
Las relaciones sociales que proliferaban en los espacios virtuales está trastocada por el distanciamiento físico, no hay encuentro, sin embargo, esta carencia existía antes de la cuarentena, la diferencia es que ahora se valora aquello que falta. En muchos casos se observa un acercamiento emocional muy profundo y las redes sociales no parecen estar sólo al servicio de un “mercado sexual” controlado y manipulado por los estereotipos de belleza o de atracción sexual. Se impone, repito, se impone, un acercamiento de otro orden. El mundo tal como lo hemos conocido se desintegra día a día y el procesamiento de un duelo de ese mundo que ha desaparecido pareciera ser la condición necesaria para dar lugar a otro mundo que no sabemos cuál será y que tal parece, estamos “obligados” a reinventar.
Freud investigó el trabajo psíquico que involucra la elaboración del duelo como un movimiento de retracción de la libido al Yo, la libido objetal queda ligada al objeto perdido. La renombrada sentencia freudiana: “la sombra del objeto cae sobre el Yo” (2), habla de cómo la libido no puede investir más que el propio Yo para intentar reencontrar dentro los aspectos que ligados al objeto amado hasta aceptar su pérdida. ¿Qué ocurre cuando lo perdido son los hábitos y nos faltan los parámetros del mundo conocido? ¿Qué sucede cuando pareciera que nos despertamos de un día al otro siendo los protagonistas de una película de ciencia ficción distópica? Voy a recurrir a Jung para tratar de pensar estos interrogantes y tomo su aporte teórico referido a las neurosis de aquellos que “no saben por qué no podrían ser felices a su manera; ni siquiera saben que eso es lo que les falta” y de otro tipo de neuróticos, a los que destaca como más “normales”, que “se sienten oprimidos y descontentos, porque ya no tienen símbolo que ofrezca un camino a la libido”. Jung propone que el tratamiento implicaría emprender un trabajo de conocimiento de la personalidad primitiva para que sepan cómo y en que sitio es necesario hacer circular la libido para ser tomada en cuenta. ¿Cómo encontrar la vía de la libido encuarentenados? La libido se retrae hacia el Yo al igual que en un proceso de duelo y de allí el aumento de la tasa de suicidios: estamos duelando un mundo que perdimos y qué pone en cuestión como ya lo mostró Camus en su libro “La peste” el sentido y lo absurdo de la vida. ¿Cómo la libido puede a anudarse a nuevos símbolos si aún no los hemos creado? En esta coyuntura es donde aparecen los sueños como un intento de tramitar este duelo y en la búsqueda de metabolizar las angustias frente al temor a lo desconocido. Sigo en línea con las observaciones del Dr. Achilli y vuelvo a linkear con otra nota donde dice que los sueños en cuarentena se presentan como “pura descarga de angustia y en muchos casos de ansiedad. Me animaría a decir; como lo que sucede durante un duelo. Sueños que no aportan asociaciones. En otras palabras, una forma de malestar que por alguna razón necesita entrar en el análisis, ya que se los traen. ¿Cómo abordar este tipo de material?, quizás como en un período de duelo” (4).
En mi tesis sobre “Los grupos y los sueños” (5) abordo el atravesamiento del campo histórico-social en el psiquismo y cómo opera este en los sueños. Aquí pareciera jugar un papel importante el resto diurno. El material preconsciente del orden de lo cotidiano parecen ocupar casi toda la escena onírica, y a diferencia de los sueños de las neurosis de guerra, la catástrofe aún no ocurrió (no hay una bomba que cayó), pero hay una sensación de fin de mundo que hace que el trabajo del sueño intente metabolizar la angustia señal como si fuera una alarma constantemente encendida. La incertidumbre nos hace vivir a fondo en el presente, esto que hasta podría ser una gran ventaja para el psiquismo que gasta sus energías en controlar el porvenir, no termina de serlo por la imposibilidad de poder proyectar un futuro cercano. Así el sueño no logra ligarse a un deseo infantil como trampolín para crear algo nuevo, es pura catarsis de lo cotidiano y de inestabilidad de la existencia humana frente a la inminencia del peligro de muerte. Al perderse la brújula de lo que ha de advenir y al no tener la mínima idea de cuantas más muertes arrasará esta pandemia, ni a quien le puede “tocar”, la angustia como señal de alarma queda detonada en forma casi permanente. En la neurosis de guerra, ese tipo de angustia previa a la catástrofe no tuvo el tiempo de liberarse y la situación traumática lo es, por lo sorpresiva, por lo cual, el soñante intenta elaborar el trauma repitiendo la escena traumática (ejemplo: soñar a repetición con el momento donde vio caer la bomba). En los sueños de cuarentena, la catarsis ¿podría ser una forma de procesar y hasta un intento de detener la angustia señal frente a lo desconocido?
Los analistas tenemos un nuevo desafío y pese al encierro que se impone, no hemos perdido la libertad de pensar y de poder estar cerca de nuestros analizantes para hacer pensable el nuevo sentido que cada uno podrá encontrar en esta coyuntura que nos toca atravesar. Hay quienes comienzan a sentir la libertad de hacer de su tiempo lo que se les cante, y hasta nada, y la nada ya no está connotada como “no productividad”, esto es algo novedoso. Quizás, esa nada sea algo que pueda transformarse en otra cosa. Quizás, allí pueda aparecer un deseo que movilice la libido para que el Yo pueda duelar y re-crear un nuevo mundo.
(1) Achilli, Ezequiel – “Los extraños son…”: https://revistaelinconsciente.com/2020/05/14/los-extranos-son-por-dr-ezequiel-achilli/
(2) Freud, Sigmund – Duelo y melancolía (1917)
(3) Jung, Carl – Métamorphoses de l’âme et ses symboles – Page 384
(4) Achilli, Ezequiel – “Sueños en cuarentena”: https://revistaelinconsciente.com/2020/05/10/suenos-en-cuarentena-por-ezequiel-achilli/
(5) Tesone, Raquel – Tesis de doctorado de Psicopatología y Psicología Clínica – Université Lumiére Lyon 2, France: http://theses.univ-lyon2.fr/documents/lyon2/2007/tesone_r#p=0&a=top