“Un cantor que no emociona es como un médico que no cura” dice Osvaldo Peredo a la vez que nos regala el secreto que el “tango no se canta sino que se cuenta”. El tango bien hecho cuenta una verdad, nos dice. Es una historia, pero no es una historia de ficción, son historias reales. Por eso, para contarlo no sólo se hace con lo que se dice, sino recurriendo a los colores de la voz para trasmitir los matices de las emociones que atraviesan esa historia.
Hola Osvaldo, ¿Cómo estás? ¿Cómo estás llevando esta pandemia y sus consecuencias?
Y… vos no se lo digas a nadie, pero yo ya tengo una edad… y no me aconsejan salir mucho. Así que trato de cuidarme. En 70 días, salí 3 veces.
Se extraña un poquito cantar… Empecé con mucha fuerza, cantando en casa, pero ahora ya se está repitiendo mucho la historia, ¿viste?… Se hace un poco aburrido, pero es el único remedio que hay.
El tango tiene muchas posibilidades. Un tema habla del amor, en otro tema sos un vivo, en otro un sufrido, unas veces te engañan, otras veces sos vos el que engaña. El tango es teatro, es contar algo. Es una historia que se cuenta y el asunto es que la gente te crea lo que estás contando.
¿Y cuál es el tango que más te ha venido a la mente, que más ganas has tenido de cantar? ¿O de escuchar…?
Este tiempo me dio la posibilidad de escuchar otras cosas. Yo normalmente tengo mucha actividad y, por ejemplo, después que grabo algo no lo vuelvo a escuchar. Y ahora volví a escuchar muchas cosas. Incluso un amigo músico me dijo: “Qué lindo lo que hicimos”. ¿Viste? Él también tuvo tiempo ahora de volver a escuchar. Esa velocidad con la que se vive normalmente no deja que pase eso.
El tango bien hecho cuenta una verdad. No se “vende” así no más. No te llega así no más. Tenés que tener el tiempo para que te llegue. Y lo mismo para cantarlo. Para cantar bien un tango hay que cantarlo antes 100 veces porque es en cada vez que le vas encontrando una manera de contarlo que llegue. No se trata de decir simplemente la letra que está escrita, hay que ponerle un poquito de condimento. Hasta los compositores reconocen eso. Entonces, en este tiempo tenés más tiempo para encontrar eso, para refugiarte en hacer eso cuando no hay mucho más para hacer y los días se van repitiendo.
En estos días de más soledad, descubrí la intimidad de Gardel. Gardel no canta, cuenta. Canta para él mismo, para sus adentros (y entonces Osvaldo canta “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”, casi sin voz, en un tono muy bajito, muy íntimo…).
Como decía Atahualpa: ”Aquel que canta a los gritos, no escucha su propio canto.” Algunos creen que para emocionar más, tienen que gritar más. No, al contrario. El tango es para cantarlo a “media luz”, para contarlo. Gardel decía que “el tango es un chamuyo.”
¿Y todavía estás conociendo a Gardel, después de tantos años de escucharlo, de estudiarlo, incluso? El estar en soledad, el escucharlo en la intimidad, ¿te permitió conocer a otro Gardel?
Gardel cantó como alguien que vivió mil años. Yo estoy en 100 años. Me faltan 900 para poder entenderlo. El otro día una chica me dice: “A mí no me gusta Gardel.” “Entonces, es que no estás preparada para Gardel, no sabés lo que tiene Gardel adentro”, le contesté. Yo lo estoy conociendo todavía. A veces le escucho cosas en canciones que ya escuché 100 veces y digo: ¡Uy, mirá, de esto nunca me di cuenta!
Es la voz de Dios en la Tierra. Para mí se aleja cada vez más. Hoy hay mucha música que es otra cosa. En el tango uno siempre guardó la estética, el poner bien la voz, pronunciar bien, cantar como argentino. Es, además, una mezcla entre actuación y canto, no es sólo canto, porque es tango. No sé si hay otro género musical así, quizás la ópera, porque también le dan importancia a la actuación.
Y Gardel caminó mucho. Hay que conocer la vida para poder cantar tango. Hay que saber lo que es reír, llorar.
¡Qué cosa! ¿No? siempre aparece Gardel, siempre terminamos hablando de Gardel. Gardel sabía mucho de lo suyo.
¿Podríamos decir que la virtuosidad de Gardel está en los matices que le imprimía a la canción con su voz?
Justamente. En los matices están los colores de la voz. No podés decir con una voz grave un alegre. Eso era Gardel, cantaba cada canción según “lo” que contaba o el estilo de la canción. Por ejemplo, cantaba muy bien los estilos camperos, y a veces podía cantar que parecía un paraguayo porque cantaba una canción típica de Paraguay. ¡Era un fenómeno!
Y en el tango orquestal, a mí me pasa algo parecido con Di Sarli: me gusta cada vez más. Antes no le daba tanta importancia, pero ahora digo que es único. Por algo dijo Troilo: “se llevó el misterio a la tumba”. Porque no hace gran cosa Di Sarli. Es como aquel que cocina y mide la cantidad de sal que le pone, la cantidad de cebolla, que mide cada ingrediente. Sabía poner todo en la cantidad justa, en su justa medida. Sabía cómo combinar los sabores. Como pasa en todo, si te pasás, no gusta. Di Sarli con dos notas con la zurda te emociona y otro necesita hacer un montón de música para trasmitir algo.
Parece lógico, si la riqueza del tango está en sus matices, los matices se aprecian en lo sutil, no en los excesos.
A mí me llaman la atención los que bailan, porque tienen que expresar con el cuerpo esos matices. Cuando bailan cuentan con el cuerpo un sentimiento… ¡Cómo pisan! Pisan un sentimiento. Y me di cuenta que muchos lo expresan más cuando le contás al tango, cuando le contás el sentimiento. Yo no bailo, nunca pude aprender y me parece que con la voz es más fácil trasmitir un sentimiento, pero mostrarlo con el cuerpo, es difícil. Es una forma de hablar con el cuerpo.
Por eso todo esto tiene su historia, no es una pavadita el tango, trasmitir todos los colores que tiene el tango, porque eso es lo que lo hace interesante. En el color está el sentimiento. Y entonces te acompaña. Es más, se vuelve irremplazable.
Esos colores que tiene el tango lo encuentro también en las músicas folklóricas en general. Por ejemplo, yo escuché no hace mucho a Miguel Poveda (cantor de flamenco), cantando tangos y me sorprendió. Y después de escucharlo a él, dije: ahora me doy cuenta que en cada tango hay que jugarse la vida, como se la jugó él cuando estaba cantando. Lloraba en serio, reía en serio. Un poquito más y parecía que era de Barracas.
Entonces, la interpretación es fundamental en el tango. De hecho, vos sos muy reconocido por otros cantores de tango por tu interpretación.
Y bueno, porque estudio eso, para que me salga de adentro y no de afuera. La cosa más íntima, más de adentro, eso es lo que busco. Me lleva bastante trabajo, ya más o menos me va saliendo… (risas). ¡Pobre aquel que se cree que ya llegó! ¡Qué se cree Gardel! Yo creo que ni Gardel se creía Gardel y era un fenómeno. Yo cuando termino de cantar empiezo a pensar cómo tengo que hacer para cantar mejor la próxima vez. O más que cantar, cómo decir mejor.
Hay que cuidar la voz, como poner la voz, pero lo que más hay que cuidar es la dignidad de la interpretación. Ya hace unos años que me dedico mucho a trabajar lo expresivo, casi más que al cantor. Para hacerlo con dignidad, no mentir.
Un cantor que no emociona es como un doctor que no cura, no sirve para nada. Es como en el fútbol: a mí no me gusta el que corre mucho y patea fuerte, a mí me gusta el que deja a todos con la boca abierta con una jugada que hace. Es el sabor, la gracia de las cosas, de eso se trata, que la actuación te deje algo adentro, no de lo espectacular.
¡Mirá, que yo no estoy dando clases de nada, sólo digo lo que me parece!
Vos das clases aunque no quieras cuando compartís tu experiencia ¡Tu experiencia enseña! Todo un lujo para nuestros lectores que te agradecemos mucho.
Conmover -o “mover-con”- la voz y los silencios que ésta puede incluir, es un desafío que no sólo concierne a los cantores, también a los actores y a todos aquellos que trabajan con la voz. Sin ir más lejos, a los psicoanalistas, aunque sea en otro sentido.
Tanto artilugio tecnológico -y espectáculo mediático que acompaña su oferta- captura la mirada e impide la visión, aturde la oreja e impide la escucha. Ciegos y sordos, los cuerpos pierden sensibilidad y se vuelven meros organismos “re-productivos”. La oreja así taponada ya no es caja de resonancia de los ecos que provienen de lo íntimo. Sólo se oye una voz única portadora de un falso saber que se presenta como universal. Una voz que empuja a un goce infértil. Y en ese “para-todos-lo-mismo” no hay lugar para los matices que inscriben las diferencias por las que cada uno es singular. En ese sentido, el detenimiento y el aislamiento al que la necesidad de cuidarnos nos ha llevado, ha constituido para algunos la posibilidad de alojarse en la interioridad y comenzar a escuchar algo de lo nunca antes oído, como le ocurrió a Osvaldo y a su amigo músico. Habrá que verificar qué efectos de esa escucha se pueden sostener cuando la máquina vuelva a ponerse en marcha y empuje otra vez a la inmediatez y al frenesí.
Fuera de esta situación de excepcionalidad, es necesario crear las condiciones para poder trasmitir lo sensible porque los modos de la época hacen impedimento a esa transmisión, así como las propias defensas del sujeto. Es muy acertado entonces el secreto que nos regala Osvaldo Peredo y que aprehendió con su experiencia: el tango -como toda experiencia con aquellas cuestiones fundamentales de lo humano, aquellas de las que ya trataba la tragedia griega-, necesita de tiempo para poder sentirlo además de oírlo. Efectivamente, escuchar lo íntimo es cuestión de tiempo y de tempo, de hacer lugar a lo que pulsa desde el interior.
Para Osvaldo Peredo lo que conmueve se transmite con los colores de la voz, esos colores que hacen que la voz no se trasmita como única, sino como múltiple, rica en matices sonoros, que lejos de fusionarse como un todo, trasmiten mediante la composición que se arma entre ellos y, fundamentalmente, por las diferencias que trasmiten sus contrastes. De manera similar, el analista va “moviendo-con” sus intervenciones sensibles, hasta abrir la posibilidad de desoír la voz única que aturde y así se puedan escuchar otros decires hasta entonces silenciados porque resultaban extraños. Y entonces, cuando se haga lugar a otra cosa, tal vez algunos decires sensibles y favorables a la vida -y, por tanto, contrarios a un dictado universal mortificante-, puedan ser oídos.
Osvaldo Peredo, un cantor de esquina -como él mismo se define- que no deja de estudiar y trabajar a sus 80 y tantos años para mejorar no sólo la técnica vocal sino, sobre todo, la interpretación, porque desea, todavía, ser, cada día, mejor contador de historias. Es, en este sentido, enseñante de cómo hace quien renueva su apuesta cada día, en los términos en los que la apuesta se dimensiona en un psicoanálisis como aquello que nos mantiene “andando”, vivos. Actor comprometido con la labor de mantener vigente la esencia del tango, ha merecido y merece no sólo el reconocimiento como Personalidad Destacada de la Cultura y los aplausos que ha recibido, sino el título de “Maestro” por toda una nueva generación de cantores y músicos del tango, que sigue aprendiendo de él cada día.