CUENTO/INICIO/LITERATURA

CEREZA- Por Raquel Tesone / Rachel Revart

Para mi analista (varón) y para mis analizadas en el 8M

Con la impotencia de quien no puede evitar lo ineludible, la observo desbarrancarse desde la cima de la montaña. Rodando entre las piedras que la golpean imprimiendo marcas en su cuerpo, me da escozor verla sumergirse en el fondo de un apaciguado lago que le da alojo. Los golpes le arrancaron pedazos de piel y carne; charcos de borbotones de sangre tiñeron de rojo las aguas inertes. 

Aún sabiendo que era en vano, intento ir en su búsqueda buceando para llegar al fondo de ese lago frío. Llego a revolcarme en la nada de sus ennegrecidos abismos. Trato de ignorar por un momento que ella no pertenece a este universo y que sólo puede morar donde pudiera regodearse entre coloridas flores para ser seducida por seres y objetos luminosos. La persigo sin resignarme a pensar que la pude perder para siempre. Me pregunto qué sería una vida sin ella: un lecho de muerte, me respondo. ¿Cuánta muerte más soporta mi vida? Una sola vida, ¿puede abrazar tantos muertos?

El tiempo suspendido -ese tiempo atemporal decretado por la muerte- me introduce en un laberinto sin salida. Preguntas y más preguntas me atormentan. Quizás ella no conozca las respuestas pero pueda conducirme a la puerta de salida y tal vez, pueda rescatarme del acoso de mis interrogantes. De solo pensarlo, una luz muy tenue pareciera retratar algo que se asemeja a la esperanza. Entonces, busco escuchar su voz en esta noche donde ya ni la poesía me salva del dolor, su voz colmada de emociones, ese sonido tibio circulando en las vibraciones que acompañan sus palabras, y al oírla siento que mi tiempo de silencio no estaba hecho de ausencia. Ella masculla algo que no se entiende, me ronda y aunque permanece hundida en el fondo del lago, abre grande sus ojos intentando visualizar lo invisible y decir lo indecible. Y casi llega a presentificarse. Me aferro a esa posible aparición fantasmática como a un salvavidas lanzado en medio de mi naufragio al que me sujeto con la poca esperanza que me resta, y al punto de soltarlo y rendirme, siento su fuerza y la percibo más potente que antes. Más fuerte y más valiente para atajar el magma de personajes que le dan la bienvenida… Pero no se hace oír su voz. Yo me reservo mis angustias en la soledad más desolada donde todas las que soy se juntan para habitarme, mi soledad no está tan concurrida como la de Mario Benedetti, me hablan todas a la vez, menos ella. Se escurre. Todos mis yoes parecen llegar a un acuerdo: ya no hay nada por hacer. Sin palabras. El silencio que suele ser un fiel compañero, se abalanza sobre mí para tirarme en un pozo inefable. El arte se escapa por la ventana en busca de miradas que merezcan contemplarlo y los libros permanecen quietos en la biblioteca escapando de mis manos temblorosas donde las letras se mezclan y las palabras se deforman entre la bruma de mis ojos estallando en lágrimas.  

Sin pensar demasiado, palpitan de la punta de mis dedos estas palabras que tecleo con furia y que atraviesan mis entrañas. 

Ella sigue en el fondo del lago. Me digo que no podrá dejar de tentarse frente a mi invitación de compartir una buena película conmigo: biografía de Lou Andreas Salomé, una exquisitez tentadora. Sé que es cinéfila y ama la filosofía. Después le leo un libro de Virginie Despentes. Ella comienza a escuchar la voz de otras mujeres y se despierta del todo, se despereza y poco a poco se acurruca en sus imágenes oníricas y descabelladas.

Tengo la desfachatez necesaria para hacer realidad las alucinaciones más estrafalarias sin necesidad de estar en un set de filmación ni arriba de un escenario, entonces, la llevo a pasear por el mundo de las fantasías. Y ahí aparece ella en todo su esplendor, perpleja frente a mi escena fantaseada y desde la penumbra más recóndita de ese lago oscuro y pétreo, emerge. No desea perder de vista ningún detalle. Comienza a recobrar sus movimientos felinos en medio de lo que parecía un siglo de inmovilidad. Como en un film de Guy Ritchie donde la imagen se detiene y a partir de ese punto, rueda la escena para atrás ralentizada, ella se eleva lenta y sensual hacia la superficie del lago como una sirena dibujada por un artista renacentista. Observo cómo va rodando al revés y ascendiendo hacia arriba por la misma montaña desde donde la vi derrapar y desbarrancarse. Y de pronto al llegar a la cima, vuelve a sorprenderme: esa gran desconocida estalla en carcajadas, despliega sus alas y vuelvo a rencontrarme con esa mujer que se siente libre y le sonríe a la vida, pese a todo…

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