
En una nueva vuelta de su investigación acerca de las condiciones necesarias para la emancipación en una época marcada por el discurso capitalista, Jorge Alemán indaga esta vez la relación entre fantasma e ideología y sus implicancias políticas. Sin intentar respuestas que cierren, sino más bien preguntas que abran aún más ese campo, ensaya hipótesis que arrojen un poco de luz en la noche del retorno del fascismo.
En la serie que constituyen ya varios de sus libros, Jorge Alemán sostiene la tesis que, aunque el capitalismo tiene una reproducción ilimitada gracias a no tener ni punto de capitón o anclaje, ni exterior, ni un después histórico, no es un crimen perfecto, sino que hay lugar para la emancipación. La lógica capitalista por la cual el sujeto es consumido por un consumo irrefrenable de artilugios colapsa frente a un vacío existencial y constitutivo del sujeto, imposible de colmar. La emancipación nacerá entonces en lo común de lalengua que puede reunir, una por una, a una comunidad de voces singulares.
En una lectura de Althusser, así como de otros referentes habituales en su obra -Heidegger, Hegel, Marx-, desde la orientación que le brinda Lacan, Jorge Alemán analiza en este libro, la relación que puede darse entre fantasma e ideología y sus implicancias políticas. Una relación que no en vano califica de “problemática”.
Según la noción lacaniana de fantasma, éste es una ficción con la que el sujeto intenta una respuesta que calme su angustia ante un deseo del Otro que lo divide entre lo que imagina y querría ser para ese Otro, y lo que rechaza de sí mismo. Fija, por tanto, sus condiciones de goce: cómo goza, con qué goza, o en qué posición de goce se ubica frente a otros y frente a su Otro -representación imaginario-simbólica de la alteridad-.

Este libro plantea que serían justamente esas condiciones de goce las que primarían por encima de cualquier ideología en la toma de decisiones con implicancias políticas, tal que quienes las toman parecen alejados de sus intereses. Por un lado, el discurso capitalista lleva al sujeto a engañarse respecto de su castración. Al colocarlo en la posición de amo, el sujeto cree que todo se puede, incluso que puede todo. Ahí están la ciencia y la técnica para darle lo que ‘le haga falta’ -o más bien lo que cubra la falta-. Y, por otro lado, cierta metafísica de mercado no hace más que repetirle como mantra: “El que quiere puede”. El neoliberalismo ha logrado explotar esa instancia deudora en la que el neurótico siempre se coloca frente al Otro, sintiéndose culpable de sus circunstancias. Así hacen mella mensajes como “la fiesta ha de pagarse entre todos”. A la postre, la ideología dominante es aquella que subsume al ciudadano haciendo de él un puro individuo consumidor, aprovechando las condiciones de goce de los sujetos.
A la luz de esa lectura, experiencias como las pasadas elecciones en Madrid empiezan a cobrar otro sentido que el que las explica por un voto ‘cervecita’. Si como sostienen quienes se enlistan en las filas de la ultraderecha, o de la derecha ultra-derechizada, detrás de la cervecita está la posibilidad de ganarse la vida dignamente trabajando, aunque la vida quede en riesgo, cabe interpelar qué perversión del discurso podría haber llevado de no vivir paralizado por el horror a la muerte, a ‘matarse’ trabajando.
Para salir de esa captura que el discurso capitalista ejerce sobre el sujeto, Alemán propone abordarlo con una de las figuras topológicas de las que Jacques Lacan se valió para dar cuenta de la práctica del psicoanalista. Toma la banda de Moebius para mostrar la dificultad de realizar un corte con este discurso -en tanto es una superficie con una sola cara-; y propone una operación que permitiría reinstaurar la división del sujeto y recuperar el objeto causa de deseo que el discurso capitalista obtura. Restablece así un sujeto que puede ser causado por el deseo, y en este sentido un deseante de la emancipación como condición necesaria para una existencia.
Se inauguraría entonces el campo propicio para una ideología “alternativa” con vocación de emancipación que según la lectura que hace Jorge Alemán de Althusser con Lacan, sólo sería tal cuando “el Otro que está implicada en ella se revela como ‘barrado’ en su inconsistencia… […] … cuando se mueve en la lógica del No-todo y no se cierra o clausura de forma identitaria”. Es decir, cuando hace lugar a la diferencia y a la excepción, al “al menos uno que no…” y por tanto queda abierta a la posibilidad de que otra cosa ocurra sin clausurarse por procesos de identificación a un o unos rasgos que excluyen a quienes no los tienen.

¿Cómo se llega entonces a ese campo propicio para la emancipación? Jorge Alemán recurre una vez más al legado de Jacques Lacan y propone hacer una operación entre “duelo-memoria-deseo” y entre “comunidad-sociedad-estado”, tratándolos como tres anillos (o planos o cuerdas) anudados borromeamente por un cuarto anillo. En el primer caso mediante lo que llama “Santidad” en tanto refleja las características del “Santo” del decir lacaniano; y en el segundo caso por el “pueblo-sinthoma”.
Cabe aclarar que cuando habla del Santo, Lacan hace una lectura de Baltasar Gracián según la cual el Santo es aquel que causa el deseo en tanto da a ver sólo una muestra de aquello con lo que se nutre, para despertar el hambre de saber. Es aquel que ejerce el silencio como condición del buen decir, callando lo que no puede ser oído para que se oiga lo necesario de ser oído. Es aquel que se hace presente haciendo un buen uso de una ausencia. Es decir, es quien puede aportar un soporte en forma velada, eclipsándose, sin nada del yo en juego. Y por último es aquel que sabe hacer uso del “disfraz”, de una apariencia o semblante que pueda hacer deponer la mirada de la envidia, para hacer llegar el mensaje. Si Jorge Alemán lo llama Santidad, es para dar cuenta que no se trata de una sustancia ni de una función permanente, sino de una función emergente que puede ser asumida tanto singular como colectivamente, por un líder o por un movimiento popular, o por todo aquello que introduzca un borde entre el sujeto y la repetición mortificante a la que empuja el capitalismo.
Por otro lado, la referencia al “sinthoma” hace alusión a una invención que se alcanza al final de un trayecto como psicoanalizante. Herramienta o utensilio para construir una existencia responsabilizándose por su modo de goce, con la cual ya no resulta necesaria la ficción del fantasma para cubrir aquello inabordable que hacía caer en la repetición mortificante. Un pueblo que sea sinthoma enfatiza que no se trata de una entidad ya dada sino de la emergencia histórica de una multiplicidad de voces aunadas por un clamor: el derecho a una vida posible, contando con los legados históricos y la historia que antecede a ese clamor.
Este libro contribuye así a la apertura de un campo de reflexión política, que Jorge Alemán fundó y llama Izquierda Lacaniana. Sin respuestas cerradas, ensaya hipótesis que arrojen un poco de luz al por qué del retorno del fascismo y otras fuerzas oscuras.
Por ejemplo, elabora cómo la captura por discursos de odio que incitan de una manera superyoica a gozar, puede explicar ciertas elecciones políticas alejadas del llamado “interés objetivo” de algunos individuos. Interpela en este sentido si todavía es posible que haya “incautos” de un discurso capitalista de otra época, en la que, al decir de Foucault, como el capitalismo necesitaba de la “acumulación de hombres” promovía la idea del “selfmade man’’ (hombre hecho a sí mismo). O, ¿Es posible que, al decir de Marx, todavía no sepan lo que hacen, pero lo hacen? O, ¿es posible que sí lo saben, pero lo hacen, según sostiene cierta mirada cínica sobre lo social?
Finalmente, explica cómo, sin puntos de anclaje, significantes como solidaridad pueden ser tergiversados hasta despertar ciertos rasgos paranoicos del neurótico por el cual el otro siempre roba un goce al que se creía con derecho. Y así, como bien señala Jorge Alemán, se socavan las condiciones para una experiencia de lo común que pudiera sostener en tiempos de catástrofe como los que toca vivir. Y sin nada a lo que sujetarse, los sujetos se sueltan y se desata la locura. Ante lo acechante, el discurso de extrema derecha, como todo discurso delirante, aporta certeza, y eso incauta y fascina a las masas.
La hipótesis de Jorge Alemán es que una ideología puede ser alternativa cuando “el Otro que está implicado en ella, se muestra como “barrado en su inconsistencia.” ¿Cómo se soporta que el Otro esté barrado o castrado? ¿No ha demostrado acaso la pandemia con la emergencia de múltiples delirios, que lo que justamente no se soporta es que el Otro, sea la ciencia, los gobiernos, etc., no pueda dar respuesta?
Epicuro, fundador de un hedonismo asceta, para el cual placer es sinónimo de ausencia de dolor, diría que es necesario ‘desprender-se’ de todo lo que genera dependencia. Cuanto menos se depende de otros y de las cosas, más libre se es y por esa vía, más feliz. Liberarse del consumismo y de relaciones por las que alguien queda en posición de objeto del otro, o del Otro, sería el horizonte para poder gozar de la mera existencia y, por esa vía, que haya un deseo de existencia. ¿Qué es necesario aportar para soportar eso? ¿Qué lo impide? ¿Dónde habría que poner el buen obstáculo, ese que detiene el empuje constante a quedar en posición de objeto, sumiso al otro y al gran Otro?
Si en un psicoanálisis es necesario llegar a la letra, eslabones que forman esos significantes que constituyen el fantasma fundamental, para que el sujeto pueda salir de las vueltas del automatismo de repetición; en la política quizás sea necesario llegar a esas entidades elementales cargadas de emocionalidad que constituyen la ideología, para desprender significaciones mortificantes y la voz monocorde de un Gran Otro superyoico que obliga a gozar.
Para ello resulta necesario que haya menos palabras. Es necesario incluso “un discurso sin palabras” al decir de Jaques Lacan que Jorge Alemán nos recuerda. Un discurso que por estar construido con imágenes que dejan oír lo que en ellas resuena sólo cuando se depone la mirada, se recorte de la obscenidad del show mediático en el que nada queda preservado. Imágenes que al traer un no saber tientan para querer saber, porque lo que nutre no puede darse ya masticado.
Está además “lo sagrado”, aquello que no pude ser develado o nombrado porque resulta insoportable para el sujeto. Sólo allí puede revelarse una “verdad fundante” y sólo se llegará hasta ahí negando las viejas significaciones, según el planteo de Rodolfo Kusch. En un símil, en el trayecto de un psicoanálisis se llega al sinthoma quitando la mala hierba de significaciones que llevan a lo oscuro del bosque del sentido, hasta llegar al mantillo que alberga simientes que pueden conjugarse de otra manera. Una ética con que sostenerse ante los avatares del azar y poder elegir lo que hace bien. Y entonces la historia puede empezar a cambiar.
Pero, para ese trabajo, el psicoanalista aporta una ‘ilusión’ para que el analizante decida emprender el viaje. Un oasis al que llegar tras la travesía por el desierto. Un tironcito al alma para animarla. Otra escena en la que el sentido ya conocido es subvertido para que haya salida de lo predestinado generacionalmente en forma funesta. Y al pasar por zonas oscuras, se producen iluminaciones que ayudan a desprender lo que hace mal y poder ver que el Otro está barrado, incluso que no hay Otro. Un descubrimiento que puede ser vivenciado, tras ese trabajo, sin que horrorice, incluso con alegría, porque puede ser leído como posibilidad de libertad, de emancipación. Y lo que sólo era escoria puede pasar a ser resto. Restos de materia viva que fertilizan la tierra para que pueda dar frutos.
En este sentido, Kusch aporta una mirada sensible sobre el discurso popular y “lo anti-discursivo” que es necesario incorporar para movilizar. Lo discursivo tiene un límite para conmover y más en esta época. Por un lado, porque, como bien señala Kusch, todo discurso culto como el discurso de la ciencia, tiende a la uniformidad. Y en ese sentido no deja lugar para la experiencia de lo común con la multiplicidad, con lo que hace lugar a la singularidad de cada uno, única forma, -como viene sosteniendo Jorge Alemán a lo largo de su obra-, para llegar a la emergencia de un “pueblo-sinthoma” que anude comunidad, sociedad y estado en un discurso de emancipación.
Ir a lo elemental para conmover y mover con estos elementos sensibles las viejas significaciones, vivificando el sentido. Transformar los significantes en símbolos preñados de significaciones posibles. El uso de la metáfora para abordar la visión no soportada y entonces que algo pueda resonar en el silencio de lo que queda velado. Para eso le sirve al psicoanalista y al político aprender del arte de la poesía.
Después de todo el tango no se tornó popular porque expusiera el sin sentido de la vida mediante explicaciones teóricas o doctrinarias, sino valiéndose de la poesía como recurso; porque, como canta Castillo con Tanturi: “Así se baila el tango, cerrando los ojos pa’ oír mejor.”
Lucrecio, (2020). De rerum natura. Barcelona: Ancatilado.
Kusch, R. (2008). La negación en el pensamiento popular. Las cuarenta: Buenos Aires.