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ORFEO Y EURÍDICE – Por Jaime Federico Millonschik

Heráclito

El segundo crepúsculo.
La noche que se ahonda en el sueño.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo
La mañana que ha sido el alba.
El día que fue la mañana.
El día numeroso que será la tarde gastada.
El segundo crepúsculo.
Ese otro hábito del tiempo  la noche.
La purificación y el olvido.
El primer crepúsculo…
El alba sigilosa y en el alba
la zozobra del griego.
¿Qué trama es esta
del será, del es y del fue?
¿Qué río es éste
por el cual corre el Ganges?
¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?
¿Qué río es éste
que arrastra mitologías y espadas?
Es inútil que duerma.
Corre en el sueño, en el desierto, en un sótano.
El río me arrebata y soy ese río.
De una materia deleznable fui hecho, de misterioso tiempo.
Acaso el manantial está en mí.
Acaso de mi sombra
surgen, fatales e ilusorios, los días.

Jorge Luis Borges

Mientras daba vueltas con la idea de escribir este trabajo sabiendo lo que quería decir y no conforme con nada de lo que escribía coincidieron una lectura y algunos recuerdos.

La lectura fue la de la clase del 22 de enero de 1964 titulada “El inconsciente freudiano y el nuestro” del Seminario 11 “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. En ella Lacan produce una metáfora en referencia a la relación del analista con el inconsciente comparando a aquél con Orfeo y a éste con Eurídice y dice que es en los tropiezos y en las vacilaciones del discurso donde Freud encuentra lo que se produce: un hallazgo, mejor dicho, un re-hallazgo, una sorpresa. 

Una sorpresa por lo que encuentra; que es a la par más y menos de lo que esperaba y, porque eso que encuentra, está siempre dispuesto a escabullirse (tal como lo que me ha estado ocurriendo con la redacción de este trabajo). Y aquí, la cita: “Eurídice dos veces perdida es la imagen más palpable que puede darse, en el mito, de la relación del Orfeo analista con el inconsciente”.

Esta mención al mito de Orfeo evocó el primero de los recuerdos que como corresponde, es el segundo en un orden cronológico de los acontecimientos históricos: una hermosa película de Marcel Camus que vi siendo muy joven “Orfeo Negro” con guión del mismo Camus y Vinicius de Moraes y con música de Antonio Carlos Jobim y Luis Bonfá.  En ella Orfeo- un conductor de tranvías- ha perdido en una noche de carnaval a Eurídice quien perseguida por la muerte se refugia en la terminal de tranvías; buscándola en medio de la oscuridad, Orfeo la oye y al encender las luces la fulmina.

En el último simposio presenté un trabajo asemejando la irrupción del inconsciente con un rayo en una noche de tormenta que deslumbra y sobrecoge iluminando fugazmente.

El segundo de los recuerdos es de cuando tendría 5 ó 6 años e iba con mis padres viajando en subte. De pronto y sin aviso una ocurrencia “¿Y cuándo me muera?” “Todo habrá de acabarse, no voy a estar, no voy a ver nada, ni a nadie”. Me vi solo, enteramente solo. Una brutal sensación de vacío se produjo en la boca de mi estómago y me faltó el aire. Miré a mis padres que ajenos a mi drama viajaban serenos y distendidos. Me sentí aún más solo y no pude o no quise hablarles. En el subte es muy difícil hacerlo y después ya se me había pasado.

Días antes, lo recuerdo en el momento que escribo esto, había muerto el almacenero de la esquina. Con los pibes del barrio nos metimos en el velorio que en esa época era usanza se hiciera en las casas. También nos colamos en algún auto del cortejo y nos fuimos al cementerio de la Chacarita, donde por primera vez vi adónde iban los muertos. No recuerdo ahora haber sentido en el entierro de Don Manolo lo que días después en el subte y sin embargo, ni entonces fue para mí sensación nueva. Años atrás había sido amigdalectomizado y antes aún fui operado de una hernia inguinal.

En “El Bienestar” trabajo que presentara el año pasado sostuve que en tanto humanos nos habitaba y concernía una soledad estructural. He vuelto a pensar una y otra vez dicha afirmación respecto a la soledad como algo estructural y como concerniente al humano en tanto tal, y a medida que lo pienso ratifico mi idea.

Tanto en el “Proyecto de una psicología para neurólogos” como en “La interpretación de los sueños” Freud habla de algo que falta y que a partir de eso que falta la satisfacción que brinda la alucinación, hace de dicha alucinación el primer acto psíquico y ese acto es un puro deseo. De acuerdo a esta idea el aparato se pone en marcha a partir de un deseo. La cura misma se sostiene en privación y abstinencia por parte del analista, con la finalidad que ante la falta se despliegue la palabra. El deseo que esa falta motiva es lo que se convierte en motor de la cura.

En advertir precisamente en qué ilusiones se entretiene el paciente en la vía de su deseo se dice que radica la finalidad de la cura. Lacan de hecho señala la importancia de que el analista advierta de su deseo.

Por mi parte pienso que el fin del análisis tiene que ver con los principios. Con que en un principio está la falta y eso es desamparo, angustia antes que deseo, y también con el principio que impulsa a un sujeto a comprometerse en una aventura que no conoce, el análisis.

En consecuencia pienso también que de lo que trata un análisis es de la posibilidad de hacer frente a una angustia advertida. Y esa angustia es porque nuestro tiempo es finito y es sólo nuestro. Se nos terminará a cada uno de nosotros.

Para no morirnos de angustia en soledad, los humanos procuramos no quedarnos ni dejar solos, pero precisamente porque nos sabemos solos.

Un pensamiento en “ORFEO Y EURÍDICE – Por Jaime Federico Millonschik

  1. Saludos, me gusto su entrada. Es interesante su final, pero estamos solo, aunque morimos solos. Exactamente, es la realidad de cada cual al momento de estar solo, sea en la vejez, pero puede ser joven o adulto. Es lo más seguro, que tenemos en la vida. Creo, que nos acompañan, en ese caminar Orfeo y Euridice para no estar tan solos. Es solo un comentario para poder estar en ese viaje de la vida a la muerte.

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