
“Donde hay poder, hay resistencia”
Michel Foucault
Es realmente asombroso cuando una actriz tiene la capacidad de interpretar perfectamente a un personaje, ya cuando tiene la capacidad de interpretar a muchos, es alucinante. Y Miriam Odorico tiene la virtud de la versatilidad para entrar y salir de múltiples caracteres y representar una narración en la que la relación entre uno mismo y los otros resulta en la tensión dialéctica en la que se basa este drama ontológico. ¿Será un guiño en el plano del meta-relato que viene a dar cuenta de la multiplicidad de voces que nos habitan? ¿Los cien mil que somos antes que ser nadie o hasta llegar a ser nosotros mismos?
Un detalle en el cuerpo notado por su pareja lleva al personaje a tomar conciencia de que su imagen auto-percibida no coincide con lo que los demás perciben de ella. Este desfasaje plantea ciertas inquietudes. Algo mucho más siniestro aún al indagar tras la superficie es que existe un lugar en la imaginación de los otros donde ella es alguien que ni siquiera conoce. Todavía hay más: es comparable. Se abre la herida de no ser únicos, lo que empieza a movilizar algo interior en lo que estaba en una aparente calma. De la toma de conciencia de este rasgo corporal y una posterior fase de obsesión con mirar su propio cuerpo en busca de imperfecciones en sí y en los demás, devendrá una crisis de identidad que plantea el lugar propio en el mundo: el “ser para sí” en confrontación al “ser para los otros”. Un periplo en el que por medio de la narración accedemos a conceptos tan fundamentales de la filosofía moderna de manera sensible e intuitiva. ¿Será que sólo nos adentramos realmente a los conceptos por esta vía?

Es interesante pensar este problema dialéctico al estilo hegeliano en una época en la que se nos bombardea por redes sociales con el concepto de “amor propio” de un modo tan irresponsable, en posteos que conllevan una reflexión de dos minutos para un tema tan complejo, como si no requiriera de una meditación profunda y reposada.
No hay un amor propio desligado del ser en sociedad: lo individual debe atravesar lo social para alcanzar la síntesis: el espíritu (o como queramos entenderlo). No podemos librar nuestro destino a las nuevas propuestas con olor a viejo liberalismo del coaching del tipo “si quieres, puedes” o demás apelaciones al voluntarismo mágico cual sí mónadas esenciales fuéramos. Asumir el lugar en el mundo implica una posición hacia una utopía como, a su vez, una negatividad (¿radical?) hacia lo que se rechaza. Y esta posición implica un costo. Como dice la vieja frase: no se puede ser amigo de Dios y del diablo. Y en este tiempo sin utopías, seguir soñando puede ser la vía para cerrarle la ventana al poder.
En cuanto a lo técnico, es como dije anteriormente, es para aplaudir de pie la actuación impecable de Miriam Odorico que transita un sinnúmero de personajes narrando una novela en primera persona y logrando incluir todos los interlocutores en su propia voz con una soltura y naturalidad propias de alguien que es obligatorio conocer. La dirección atenta de Giampaolo Samá que, evidentemente ha desarrollado un diálogo con la actriz en el que logran traducir trasponer al lenguaje propio de nuestra cultura la novela “Uno, cien mil, ninguno” de Luigi Pirandello escrita en 1925. Otra faceta de su vida profesional es la fotografía, con la que trabaja muy bien en la obra, desde una iluminación y una puesta en escena mínimas, que resaltan cada clima gestual producido en el cuerpo de la actriz. Una última mención al vestuario, el cual cobrará sentido a medida que el relato avance. Para mayor deleite todos los elementos del conjunto unidos hacen más que la suma de las partes.

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Diseño de luces: Giampaolo Samá
Diseño gráfico: Paola Bilancieri
Web: https://www.timbre4.com/teatro/626-una.html
Duración: 70 minutos