CUENTO

«EL VIEJO JUAN» por ANA BOGADO

«EL VIEJO JUAN»

19

Por Ana Bogado

Foto: Mariano Barrientos

La oscuridad envolvía casi en su totalidad la habitación. No se oía más que el silbido del viento pasando a través de la ventana y el leve golpeteo de la puerta, que, por sus desgastadas bisagras, temblaba hasta con la más leve brisa.

No había nada en lo absoluto que pudiese perturbar el sueño del viejo Juan, o al menos, eso él creía. La paz era casi absoluta, lo que llenaba de dicha al anciano, puesto que no había momento del día más esperado, más sagrado, que la hora de dormir. Nada había más emocionante en su vida que dejarse llevar hacia el mundo del inconsciente, donde la soledad y la miseria de cada día eran reemplazadas por la tranquilidad, y una falsa y efímera felicidad.

Sentado en la esquina de su pequeña cama, Juan se hallaba repasando mentalmente todos los detalles de su aburrido día. Lo más excitante que había hecho hasta entonces, además de ver la televisión, había sido visitar a su médico de cabecera; rutina la cual odiaba, puesto que para él sólo significaban horas y horas de puro hastío, con el único fin de escuchar cuán deteriorada estaba su salud y cuántos medicamentos debía tomar para vivir un poquito más

Con un suspiro, más de tristeza y resignación que de cansancio, el anciano se recostó sobre sus desgastadas almohadas y, observando una vez más su viejo (y un poco sucio) departamento, se cubrió con sus frazadas para luego cerrar los ojos y conciliar el sueño. Pero justo en el momento en que estaba a punto de quedarse dormido, un fuerte golpe resonó en su techo, lo que provocó que el anciano pegara un respingo.

– ¿Qué…? – ni siquiera había terminado de formular su pregunta cuando se oyó otro golpe, igual o más estruendoso que el anterior. El enojo comenzó a apoderarse del anciano, quien, despotricando, se incorporó de la cama lo más rápido que le permitieron sus viejos huesos.

¡Pum! Otro golpe.

-¡Maldita sea! ¡¿Qué no se había mudado el mocoso?! ¡¿Qué está haciendo?! -. exclamó.

Otro golpe.

-¡Ya basta! – gritó fastidiado.

Furioso, el viejo fue hasta la cocina a grandes zancadas, tomó la escoba y, con bastante más fuerza de la que él mismo hubiera esperado, comenzó a golpear el techo de manera frenética.

-¡Dejá de hacer ruido! ¡La gente quiere dormir!

Sin embargo, en respuesta a su reclamo, como si sea quien fuera que estuviera arriba, estuviese burlándose, se escucha otro ruido, y esta vez tan fuerte que hizo temblar el techo al escucharse. Era como si algo muy grande y de metal se hubiera estrellado contra el piso, y resonaba de modo tal que Juan, se extrañó de no escuchar a ningún otro vecino quejándose. Golpeó unas cuantas veces más el techo, pero al comprobar que sus golpes sólo eran respondidos con golpes aún más fuertes, no le quedó más alternativa que dejar la escoba a un lado, ponerse sus pantuflas, tomar su bastón y subir al piso de arriba para tocarle la puerta a ese infeliz.

Maldito mocoso, ¡adolescente tenía que ser! ¡Todos son iguales! ¡Viva la pepa! ¡Viva la joda todo el día! ¡Los tres anteriores inquilinos eran iguales! ¡No sé para qué se van a vivir solos si no están preparados para respetar a los demás! ¡Malditos sean sus padres!- pensaba el viejo Juan mientras subía las escaleras con dificultad. Su columna le pedía a gritos que no le hiciera soportar tanto esfuerzo, pero era inevitable ya que el ascensor hacía dos semanas que estaba fuera de servicio.

Una vez en el pasillo, un vaho a putrefacción invadió sus fosas nasales, haciendo llorar sus ojos y provocando en él una fuerte tos seca, la cual, daba la impresión, iba a desgarrar por completo su garganta y pulmones.

¡Dios mío! ¡Qué olor!, pensó al tiempo que se oía otro ruido que retumbó en el suelo del pasillo. El viejo, tapando su nariz con la manga de su pijama, volteó un poco y, tan sólo a unos metros, visualizó la puerta del departamento que se encontraba arriba del suyo. A pesar del insoportable olor, Juan no dudó en caminar hasta allí y fue al llegar que se dio cuenta que aquel olor infernal provenía del interior del departamento, cosa que lo inquietó un poco, pero no lo suficiente como para distraerlo de su objetivo. Si algo no se podía negar, era la determinación del viejo para defender lo que él consideraba su derecho más inviolable: su sagrado sueño. No había nadie más quisquilloso que él, por lo menos en lo que a ruidos respecta, nadie que peleara con sus vecinos con tantas energías como él y por cosas tan insignificantes como el tenue sonido de unos pasos a la hora de la siesta, él hacía un escándalo.

Por supuesto, el viejo no era una persona agradable, al contrario. De hecho, era especialmente despreciado por sus vecinos. Por la gente en general, en realidad. Nadie que lo conociera pensaría jamás, en primera instancia, en otra cosa que no fueran insultos hacia su persona, y eso no era una excepción entre los miembros de su familia. Sí, el viejo tiene familia. Una hija que vivía a unos cientos de kilómetros al sur, un yerno y unos nietos que ni conocía. Lejos de su alcance.

  • Espero que la vida te devuelva todo el sufrimiento que nos hiciste pasar a mi madre y a mí, borracho desgraciado. ¡No te quiero volver a ver nunca! – esas fueron las últimas palabras que Carmen, su hija, le dirigió antes de irse de la casa con un portazo para jamás volver.

Después de esta la pelea con su hija, Juan había decidido rehabilitarse de su adicción a la bebida pero, una vez lo hubo logrado, se percató de que era demasiado tarde, y desde entonces su vida había sido miserable, solitaria y vacía. Sentía que estaba llegando a viejo con menos amor que el que se le da a un perro cuando se lo echa a la calle y viviendo, o mejor dicho existiendo, con los pocos recursos que le brindaba la escasa jubilación de un enterrador de porquería, como él mismo se catalogaba.

… un enterrador de porquería…

Vaya que le resultaba familiar aquel olor que manaba del departamento de su vecino. Recordaba perfectamente cómo ese olor invadía todos sus sentidos en su juventud cuando tenía que limpiar las tumbas en mal estado del cementerio donde trabajaba.

¡PUM! Otro golpe. Y esta vez había hecho temblar la puerta del departamento.

-¡Maldita sea! ¡DEJÁ DE HACER ESE RUIDO INFERNAL! – gritó el viejo golpeando la puerta frenética y tan fuertemente que parecía que la iba a tirar abajo, cosa que fue sorprendente la verdad, ya que hacía tiempo que no era capaz de ejercer tanta fuerza. De un momento a otro, el ruido se detuvo y sólo el silencio absoluto reinó los siguientes diez minutos. Al comprobar con la oreja pegada a la puerta que el ruido se había detenido, el viejo, satisfecho, se dispuso a regresar a su departamento, pero ni dos segundos después de haberse volteado, el quejido de unas desvencijadas bisagras hizo que se le pusieran los pelos de punta. La puerta estaba abierta y, efectivamente, el olor ahora era mucho más fuerte.  La inquietud lo invadió nuevamente, pero a pesar de ello, la curiosidad fue más fuerte y Juan volteó a ver quien lo enfrentaba, sólo para encontrarse con que no había nadie.
La puerta estaba entreabierta y, por lo poco que se podía ver, el departamento estaba aparentemente vacío y apenas iluminado por la luz que venía de la calle.  Fue entonces que decidió investigar qué estaba pasando ahí dentro. Cubriéndose la nariz con la manga de sus pijamas y procurando respirar por la boca en vez de por la nariz, entró despacio a la habitación, en completo estado de alerta. No sabía qué era exactamente lo que lo impulsaba a entrar allí. Sabía perfectamente que lo que debía hacer era regresar y llamar a la policía, pero por alguna extraña razón no podía retroceder… Era como si una fuerza invisible lo empujara a seguir. No tenía opción alguna. Era entrar o entrar, y eso lo aterraba. Podía sentir cómo su corazón galopaba y cómo su respiración se aceleraba más y más con cada segundo que pasaba. El terror comenzó a nublar todo pensamiento racional, como comenzar a huir o pedir ayuda, y en su lugar, se quedó paralizado en el medio de la habitación, observando todo a su alrededor y temblando de miedo. No se había equivocado, su vecino sí se había mudado… Fue entonces que el sonido de un portazo lo hizo salir del trance, y el pánico se apoderó de él instantáneamente. Dejando caer su bastón, se dirigió a la puerta y, forcejeando con las pocas fuerzas que le quedaban, intentó abrirla en vano. Estaba completamente atascada.

Comenzó a gritar por ayuda y, en su desesperación, empezó a golpear la puerta con sus puños cerrados, tan fuertemente, que parecía que las palmas iban a sangrarle de tanto clavar en ellas sus uñas. Al ver que nadie acudía en su ayuda, las lágrimas comenzaron a derramarse imparables de sus ojos. No quería morir, no sin antes haber arreglado las cosas, no sin haber obtenido el perdón de su hija o siquiera haberla visto una vez más. ¡Le faltaba mucho para morir en paz! En ese momento, unos pasos se oyeron a sus espaldas. No quería mirar quién o qué era lo que estaba allí, pero esa misma fuerza que lo había hecho entrar, en ese momento lo estaba obligando a voltearse. Con el terror cincelado en sus deterioradas facciones, Juan no pudo reprimir el grito de horror al ver de quién se trataba, puesto que reconocería aquel rostro en donde fuese, sin importar la escasa iluminación.

-¡NO! ¡Juan, basta! ¡Te lo suplico!

-¡CALLATE, MUJER DEL DEMONIO!

Lo recuerdos azotaron de repente la memoria del aterrorizado anciano.

-No… ¡ESTO ES UNA PESADILLA! – vociferó histérico y al borde del llanto.
Jadeando y sudando en frío, retrocedió hasta toparse con la pared contigua.

No había salida.

-¡Vos estás muerta! ¡No podés estar acá! – gritó aún más desquiciado.

Su difunta esposa estaba ahí, parada frente a él, tal y como la había visto aquella última vez cuando entró a su antigua habitación y descubrió su cadáver ensangrentado en el suelo. Se había pegado un tiro al no poder soportar más el abuso doméstico. Ni siquiera su hija había sido suficiente para atarla a la vida.

-Elsa…- articuló Juan, finalmente, con un hilo de voz.

Ella se acercó a él lentamente y sin decir una palabra, tan sólo con una dulce sonrisa en su bello rostro ensangrentado que nada tenía que ver con su diabólica mirada…

______________________

Tres días después, un vecino llamó a la policía por un olor nauseabundo que venía sintiéndose desde hacía días en el pasillo y que parecía provenir del departamento que se hallaba enfrente.

Dos oficiales acudieron al llamado y, luego de comprobar junto con el vecino que, al parecer, no había nadie dentro del departamento, decidieron forzar la entrada e investigar.

Diez minutos después, lograron abrir la puerta y, una vez dentro, pudieron sentir cómo el olor se intensificaba y ver cómo una nube de moscas revoloteaba por toda la habitación.

-Sería bueno que se quedara en el pasillo, señor -. Le dijo un policía al vecino que los había llamado. Este asintió sin dudar y se quedó expectante en el marco de la puerta, ya haciéndose una idea de qué había pasado, siendo sabedor de lo solitario que era el inquilino que allí vivía.

No fue sorpresa tampoco para los oficiales encontrarse con el cadáver en mal estado del viejo Juan, quien se hallaba acostado en su cama. 

Uno de los policías, tapándose la boca y la nariz con un pañuelo, se acercó a la cama y observó detenidamente al anciano, negando con la cabeza, pesaroso, mientras el otro, arrugando la nariz completamente asqueado, llamaba a la unidad de traslado para llevar el cuerpo a la Morgue Judicial.

-Qué pena me dan estos ancianos… -. Susurró el oficial que se encontraba mirando el cuerpo.

-Sí, la verdad -. Respondió el otro luego de cortar la comunicación para, acto seguido, taparse él también la nariz y la boca. – No es raro encontrar ancianos en este estado. Muchos son olvidados y abandonados por sus familias y terminan muriendo solos y sin que nadie se entere…

El otro oficial se quedó un minuto en silencio y mirando a la nada, pensativo, hasta que soltó un pequeño suspiro.

-Por lo menos falleció estando dormido – dijo al fin.

Un pensamiento en “«EL VIEJO JUAN» por ANA BOGADO

  1. El cuento de Ana Bogado, nos habla de su profunda sensibilidad. Sobre la soledad y los finales….. Gran tema este para reflexionar …… Estamos todos en la misma cola no??. Seguiré leyéndote Ana Bogado….. presiento que tienes mucho para decir. Mis respetos !!

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