Por Dr. Ezequiel Achilli
Es fácil recortar una cita y hacerle decir a los muertos cosas que no dijeron. Con quien más sucede, por supuesto, es con Freud. Necesitamos dialogar con él, preguntarle con sumo respeto, a veces lo criticamos (espero seguir dándome ese permiso) y hasta le exigimos seguir pensando…, después de todo Gardel también canta cada vez mejor. Si bien Freud desconocía el término fractal, tan sólo porque no había sido descubierto el concepto aún, la observación de la fractalidad parece estar presente en su obra. Esta reflexión es hecha, ni más ni menos que en uno de sus más acabados textos, Tótem y tabú (1913). Es justamente allí donde Freud deja de pensar en términos de aparato psíquico, al menos por un momento, para estudiar a un sujeto inmerso en la naturaleza y en su cultura. Como ven, ahora no es tan exigido, ni caprichoso, el recorte que hago:
“La naturaleza gusta de emplear formas idénticas través de los más diversos nexos biológicos; por ejemplo; las mismas en las formaciones coralinas y en ciertas plantas, y aun, más allá todavía, en ciertos cristales o en determinados precipitados químicos…” (p. 34)
Como sabemos un fractal es una configuración matemática (geométrica) simple y extensa en lo espacial, de apariencia ordenada e infinitamente repetida, pero que hace al caos. En cualquiera de las escalas en las que se lo observe representa al todo y, al mismo tiempo, a la porción mínima de lo mismo.
La noción de inconsciente en Freud está acompañada (a lo largo de su ciencia de la naturaleza, como dice respecto del psicoanálisis) de un contenido afectivo, emocional, fantaseado, libidinal e instintiva (o como nos empecinamos en decir; pulsional). Luego de 1920 deja de hablar del componente de auto conservación del instinto y continúa con lo sexual… En otros términos, un deseo sexual (porción mínima fractal) que fractalemente forma las imágenes más bellas y terroríficas.
Como vemos, desde el comienzo Freud no deja de enseñarnos sobre el rigor científico (de gran arqueólogo) en semejante búsqueda quizás porque es hijo de una época fuera de época, porque se esfuerza, sin lograrlo del todo, por ser positivista, pero va más allá… O, mejor dicho, no se queja de ser una víctima de una modernidad que se presenta ante sus ojos como una paradoja, y escucha esa paradoja y hasta se zambulle en el positivismo, y llega hasta el fondo con el único fin de lograr el impulso que lo conduzca hasta la complejidad misma. ¿O acaso será el quien la inaugura (a la complejidad) con su nuevo pensamiento? En el centro de ese pensamiento tenemos entonces eso inconsciente fractal repleto de huellas mnémicas, representantes representativos del instinto, deseos y fantasías…
Así, el sujeto pasa a ser un sujeto sujetado por una naturaleza instintiva fractal que se repite de manera infinita armando una cultura, reordenándose – también de manera fractal – dentro cierto parámetro subjetivo. Si miramos con lentes especiales, su pensamiento no deja de ser una porción de aquello sucedido allá lejos y hace tiempo. Digo: la ley del incesto, la prohibición antropofagia y el no matar (de los cuales lamentablemente muchas veces olvidamos su valor estructural).