Por Pablo Rubín
La vida teatral argentina transita una generosidad de expresiones pocas veces vista; pero vive una cruel paradoja cuando de butacas ocupadas se trata, claro, dejando un poco de lado el denominado teatro comercial (empresarios, actores famosos, mucha publicidad, entradas caras, avenida Corrientes).
Algunos le llaman teatro alternativo, otros, “under” y otros, teatro independiente. Lo real es que el profesionalismo, la creatividad y el esfuerzo de tantos elencos y salas independientes tienen que afrontar una actitud militante a la hora de convocar públicos.
Cualquiera que asista a un espectáculo en un fin de semana observará que más allá de algunas salas y directores convocantes, los espectadores son escasos. Por citar un caso, un domingo fui a ver una propuesta muy interesante, elogiable, y me encontré con que éramos 22 espectadores y que los actores y staff técnico sumaban 17. Una semana antes asistí a una representación muy atractiva con una actriz y la puesta premiadas, con críticas favorables expuestas en el hall y sólo abonaron sus entradas 12 personas.
Los actores de este sector (hay 10.000 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires) saben que tras encarar una idea artística, cuando ya estén sobrados de ensayos en salas donde abonan por hora, tienen por delante la tarea más difícil, que los medios le presten atención y que el público asista.
Es notorio que hay un sinnúmero de ejemplos de buena dramaturgia, escuelas, talleres, festivales, nuevas salas pequeñas, emprendedores por amor al teatro, novedosas experiencias que hablan de un esplendor ejemplar en el mundo. Sí, en el mundo, porque la capital argentina tiene más oferta que Nueva York, es el primero en el mundo de mayores ofertas teatrales. Esa oferta no se corresponde con la demanda, con lo cual, muchas obras sólo suben a escena un día de la semana y por poco tiempo, quizás durante el lapso de dos meses. Es decir, ensayan entre 4 y 6 meses, gastan en ensayos, producción y material de promoción para que después lleguen a concretar 12 representaciones. Sin lugar a dudas, a los teatristas independientes los empuja la pasión a sabiendas que sólo un 11% de la población asiste al teatro (incluyendo los comerciales).
Dentro de este panorama, me interesé por una obra cuyo título me llamó la atención: “Adefesia”, palabra que no existe pero que el elenco de La Taperola le dio un sentido apócrifo: “dícese de una situación anormal, patéticamente ridícula, un suceso disparatado, grotesco”- Se trata de una obra no estrenada ni aún editada de la prolífica y premiada escritora Patricia Suárez, autora de obras teatrales, poesía, novela y libros para niños.
Sucintamente, “en medio de un crudo invierno de los años 50, los protagonistas, Fina, la renga, y Octavio, su amante, transitan en una sencilla casa que Fina heredó -ubicada en una ciudad del interior del país- una historia de amor y desencuentro en un clima de humor patético signado por las deficiencias físicas que ambos cargan como una marca emocional que define las situaciones”, me relató su director, Hugo Mouján, en una charla previa en café cercano a la sala donde se representa, Espacio Abierto, a 100 metros del Obelisco.
Durante la función, con unos 30 espectadores, la risa fue una moneda corriente ante el planteo de humor absurdo de lo que en realidad es un entramado dramático. Cierta crueldad, la soledad, las aspiraciones de un estado de bienestar, la atormentada maldad de él -quizás fruto del infortunio-, las acechanzas de una situación sufrida por ella, son el marco de un desenlace singular que acentúa la fatalidad. Pero todo con humor.
En el transcurso de las escenas se maneja un humor grotesco, ciertos pasos de comedia absurda, momentos dramáticos, disparatados diálogos y el acontecer de esas dos figuras desgastadas por la vida y el paso del tiempo, que acentuaron la dramática planteada por la autora en un ámbito de provincia.
La excelente pieza de Suárez, las muy buenas actuaciones de Mouján y Cristina Miravet abordando personajes muy ricos, con una correcta puesta, una escenografía acorde, buena planta de luces y una banda de sonido apropiada, dejaron en los espectadores una muy favorable aprobación que luego experimenté al esperar en el hall a los actores. Los comentarios respecto a la pieza teatral que escuchaba por parte del público, incrementaron mi sensación de paradoja. ¿Cómo es posible que esta cooperativa de trabajo monte este espectáculo y sólo haya 30 espectadores que abonaron una entrada módica? A la vez, con la entrada me entregaron un volante que ofrecía 2 x 1 como otra forma de tratar de convocar público. No resignándome a quedar con este interrogante, le pregunté al director tras felicitarlo y me respondió que “en estos tiempos, el karma de quienes hacemos teatro en forma independiente, sin productores, es trabajar profesionalmente, valorar el impulso creativo para luego afrontar lo más complicado: lograr que la sala esté más o menos llena, rezar para que el boca a boca permita brindar lo mejor a más gente”.
El compromiso como oficiantes del teatro, el pulido nivel teatral, y a la par, la sinrazón de luchar para mantenerse en la cartelera, invitan a pensar que los teatristas y los que conducen salas con la premisa de la pasión, verdaderos militantes de la cultura alternativa y del arte que prueba e investiga, deberían congregarse para emprender campañas de divulgación, acercarse de modo grupal a los grandes medios de comunicación para figurar al menos en la cartelera, una especie en extinción para los espectáculos y salas no comerciales.
La situación podría definirse con el título de la obra: Adefesia: “dícese de una situación anormal, patéticamente ridícula”