Fotos: Malena Figó
Mauricio Kartun, uno de los mejores dramaturgos argentinos, Maestro de Maestros (Rafael Spregelburd, Daniel Veronese, Emilio García Whebi entre otros), demuestra con Terrenal que además, es un director excepcional.
Kartun trabaja la temática bíblica de Caín y Abel, no sólo para abordar el conflicto fratricida, sino la relación de opuestos en la dialéctica interna entre el ser y el tener, cuestión que constituye al sujeto desde sus orígenes. En la pieza teatral la problemática se metaforiza a través de la historia de dos hermanos que comparten un terreno donde el padre hace veinte años se fue sin regresar, dejándolos abandonados. Abel vive en contacto con la naturaleza, se dedica a buscar isoca en la tierra para venderla de carnada a los pescadores y disfruta del ocio. El no necesita tener nada más para ser y estar en el mundo. Caín cultiva morrones y se dedica a venderlos para acumular riqueza, y está pendiente no sólo de cuidar lo que adquirió, sino de resguardar el “lado derecho” de su terreno.
A partir de estos elementos, se desencadena una crítica aguda y profunda al capitalismo y a toda idea mercantilista. La mentalidad de Caín está centrada en el “tener” como elemento de poder, y de allí su necesidad de poseer la propiedad privada. A diferencia de Abel – cuyo nombre significa “aliento, nada, efímero” – que sufre siendo consciente de su nada, Abel parecería estar identificado con los escarabajos. ¿Y qué representa el escarabajo? Los huevos del escarabajo, las isocas, son una especie de gusanos que con el tiempo se transforman en escarabajos. En la mitología griega, el escarabajo es un insecto sagrado, máxima expresión del poder de mutación. ¿Y el ser humano, puede, como el escarabajo, transformarse? ¿Qué se requiere para que esto suceda? Encontramos una respuesta en el transcurso de esta maravillosa pieza teatral.
Cuando el padre “Tatita” regresa a su casa, se desencadena el conflicto que ya estaba latente entre los dos hermanos. Tatita es un gaucho con mucha picardía, amante de los placeres mundanos, las mujeres y la música, por lo cual, elige a Abel por sobre Caín, a quién observa como a un pobre esclavo de su tierra y de sus riquezas. Por celos, y repitiendo el mito, Caín mata a Abel, y al darle muerte, pone fin a la lucha fraterna y a esa tensión necesaria que hace a la condición del sujeto. Kartun, apunta a señalar que ese poder de transformación emerge en tanto sostengamos la pelea con el Caín que todos llevamos dentro.
Este relato aparece con diversos atravesamientos. Tatita, simboliza a “El General” (nunca se nombra a Perón) que abandona al pueblo y que regresa disparando una pelea fratricida. El misterio ácrata, es el de aquellos que no creen en la necesidad de un poder político estatal coercitivo, es decir, al resguardo de un padre que ampare y proteja al ser humano. Ese padre, Tatita, también representa a Dios (quién tampoco nunca es nombrado), creado a imagen y semejanza del Padre, quién procura la protección deseada y asegura una vida después de la muerte. De ahí lo terrenal como condición de mortal y la lucha territorial entre hermanos (propiedad privada).
Ya Freud marcó con el descubrimiento de lo Inconsciente que el hombre no es dueño ni de su propia casa, y agregaría, tampoco del propio Caín interno, ese aspecto que crea y adhiere a la ilusión prometida por el capitalismo: la posesión como atributo de poder. Caín ostenta su poder como productor de morrones, y el morrón aquí, parece ser la metáfora del Falo paterno. Lo terrenal reenvía además o otros significados que satiriza y caricaturiza lo estrictamente humano. Y esto es justamente lo más interesante del libro de Kartun, es decir, todas las posibles interpretaciones y combinatorias que promueve este texto en el imaginario de los espectadores. Esto es sin duda lo fundante del arte.
Los diálogos que mezclan pasajes del Martín Fierro y de la Biblia están adaptados y modificados con mucho humor, y apuntan a mostrar que más allá de las ideologías políticas, al ser humano lo signa la contradicción desde sus orígenes.
El elenco es magnífico, por un lado, Martínez Bel encarnando a Caín, con toques chaplinescos en su manejo del cuerpo y velocidad de respuesta en su contrapunto con Abel, interpretado por Claudio Da Passano, (asemejan a la dupla del “El Gordo y el Flaco)”. Abel con su humor inocente confrontado al sarcasmo y el cinismo de su hermano. Por otro lado, Claudio Rissi, Tatita, componiendo un personaje muy complejo y con una actuación ejemplar. Los tres actores sostienen una complicidad implícita con el público que “responde” con aplausos y carcajadas frente a los guiños de un texto filoso, perspicaz, con sutilezas de un intelecto cultivado alternando con un lenguaje popular y una poesía absolutamente refinada y excelsa.