NOTA EDITORIAL

NOTA EDITORIAL – OCTUBRE 2016

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NOTA EDITORIAL

Octubre 2016

EL INCONSCIENTE cumplió un año el 21 de septiembre y lo festejamos en el mismo lugar de su bautismo: La Catedral del Tango.  Y para coronarlo, les ofrecimos a nuestros seguidores invitados un show de performances de la Compañía de Tango Poética Teatral Ménage á trois (www.menageatrois.com.ar), compañía que tengo el placer de haber creado junto a un equipo de artistas.  Hoy, los artistas hacen todo lo posible para realizar lo que tanto aman en un país donde el arte abunda pero donde las condiciones económicas y sociales carecen del sostén necesario para cultivarlo. Hoy, los artistas sufren por las dificultades de ocupar un lugar en nuestra sociedad ya que es casi imposible y es privilegio de pocos, ganarse la vida con el arte.

EL INCONSCIENTE y la Compañía Ménage á trois fueron creadas sobre la base de la búsqueda de un espacio para desplegar el deseo de realizar nuestros sueños para el mejor desarrollo de nuestro imaginario cultural. Ese deseo, es lo único que nos sostuvo y nos sostiene;  el nuestro, el del equipo de mi Revista y mi Compañía teatral, y el deseo de los artistas que nos acompañan y nos apoya, y todos ustedes que valoran lo que venimos haciendo siguiendo a EL INCONSCIENTE. A todos ustedes, les decimos: gracias. Gracias por ser parte de esta sociedad que desea cambios y que no se adapta a lo establecido, y gracias por seguirnos.

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Todo el equipo EL INCONSCIENTE agradece a todos los artistas que apostaron a nuestra Revista aunque no pertenezca a los medios “populares”. Gracias por aceptar ser entrevistados, porque todos, absolutamente todos, fueron elegidos por su arte y su aporte a la cultura, y no por su fama.  

Y para expandir este agradecimiento de nuestra editorial por el primer aniversario de nuestra Revista, decidimos tomar prestado las sabias palabras que profirió Miguel Ángel Solá, nuestro amado actor, al ser nombrado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

Nos hacemos eco de las palabras de Miguel Ángel Solá que vuelve a hacernos sentir honrados ya que es un icono y exponente importante que representa nuestra identidad artística nacional.

Miguel Ángel Solá demostró una vez más su calidad humana inigualable. A este ser de excepción, EL INCONSCIENTE no lo quiere felicitar por recibir – con MUCHO retraso – el premio en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Este premio lo tenía  merecido desde hace mucho tiempo atrás, cuando debía ser premiado por su aporte a la cultura nacional entregando su arte en cada uno de sus trabajos en cine, teatro y televisión antes de la dictadura que padecimos en nuestro país. Sin embargo, no sólo no lo premiaron sino que nadie pudo impedir su triste exilio a España. Por este motivo, no lo felicitamos por este premio re-tardado y sin sustancia, ya que actualmente, esta condecoración no se acompaña con un ofrecimiento de más trabajo para retenerlo en nuestro país, con lo cual, no concuerda con cuidar y hacer lo posible para que Miguel Ángel pueda ejercer su derecho al trabajo. No queremos más privarnos del placer de sus composiciones actorales, creemos que hoy, desde nuestro humilde lugar, todos podemos hacer algo para que Miguel Ángel Solá no termine nuevamente expulsado de nuestro país. Por eso, en esta situación, no cabe felicitarlo. No, no lo felicitamos por este premio. Celebramos el haber tenido los cojones y la sabiduría de manifestar con justas palabras su sentir y su verdad. Una verdad que hacemos nuestra porque nosotros no las podríamos expresar mejor que él con palabras que nos toca profundamente como sociedad, si es que las dejamos trabajar en nuestro Inconsciente y nos permitimos ser golpeados por ellas con tristeza y dolor.

Miguel Ángel dio un alegato como signo de protesta contra este imaginario social y cultural que cada uno de nosotros construimos y sostenemos en mínima o máxima medida. Si nos dejamos habitar por sus palabras, seguramente, algo haríamos para lograr tener en nuestra cultura más «Solás» (y no solas y solos) que no se exilien o tengan que expatriarse porque son más valorados en el exterior, más Solás que nos den su arte, más Solás que puedan seguir haciendo su aporte para una cultivar el arte.

¿No son acaso los Solás nuestro más preciado y verdadero tesoro nacional? ¡Sin lugar a dudas lo son!

Los dejo con el discurso que Miguel Angel Solá nos brindó luego de ser nombrado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

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“Fui invitado a recibir el premio(Ley 5645)en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Y a disertar sobre el hecho. Lo hice, usando esta guía. Quizá sirva a alguien para saber quién soy. Quizá no importe quién soy. Pero, quiero compartirlo. 

‘¿Pueden apagar los móviles unos minutos? Unos quince minutos. A uno por página. Cálculo hecho: “trataré’ de ser breve. Pero apaguen, por favor. No los miren, no se distraigan, así yo tampoco me distraigo y los entretengo menos. Gracias.

AMIGAS Y AMIGOS, que han elegido distinguirme.

Nací el 14 de mayo de 1950.

En el 70 me inicié como actor, y, hasta hoy se cree que soy eso, amén de muchas otras pavadas, que, en defensa propia, omito.

En estas líneas, voy a tratar de dejar claro que soy el que soy, y no otro, para corroborar que este obsequio es realmente para mí.

Tras varios e-mails, desde que se me propuso ser parte ‘destacada’, de este evento, al día de hoy, han pasado muchos meses de ebullición político-económico y social acá.

Mi interlocutor, el señor Carlos Gustavo Wilson (a quien acabo de conocer, por fin), fue el responsable paciente y cordial que llevó adelante todo esto, por iniciativa del Sr. Diputado Octavio Calderón (a quien también acabo de conocer y estrechar la diestra). Bien, aquí estamos. Con una Ley que lleva por ahí mi nombre.

Hasta ahí lo que sé. El resto: Misterio.

Quiénes y cuántos conciudadanos han promovido este premio, misterio. Sé que los legisladores, en gesto inusual, me han votado por unanimidad.

En nombre, entonces, de qué cultura me destacan, misterio.

Voy a aceptarlo, como un reconocimiento por todo lo ya hecho, que la mayoría desconoce, pero más aún como un voto de confianza a mi capacidad de hacer.

O sea, no quiero un ‘réquiem’ formal, sino que de este acto broten ofrecimientos concretos de trabajo, que son lo que me estarían faltando para mostrar esa capacidad.

Es un orgullo para mí recibirlo, aun no sabiendo de qué cabezas ni de qué corazones emana este premio, y agradezco a quienes hoy han venido a saludar esta iniciativa.  Incluyo a los ausentes, con o sin aviso, pero, los que estamos, somos suficientes y hasta excesivos.

Empiezo:

No tengo idea de ‘a qué instancia de la cultura’, creen, quienes hoy me honran así, corresponde mi accionar en la vida.

Supongo que saben que la cultura dominante hoy -desde hace mucho tiempo hoy-, no es la mía.

Ni soy su portavoz, ni pertenezco a ella, ni a lo que permite, estimula y promociona. Y ese suponer que saben eso, me ayuda a aceptar esta distinción.

Y creo, saben también, que no voy a tomarme el trabajo de contemporizar con esa cultura que desprecio, por el mismo desprecio que destila ella hacia cualquier forma de cultura destinada a que el humano separe dos de sus cuatro patas del piso y se yerga, con esfuerzo y orgullo, vertical.

Me aleja un poco del nombramiento, el saber que muy pocos legisladores vinieron a verme al teatro en este año y medio de insistencia. Me atrevo a decir que hubo tres en la sala. Y, también me tranquiliza saberlo, en cierto sentido, porque sólo deseo que se me acerquen los que me hacen el aire respirable.

Dicen que  la distinción es para mí, pero, del dicho al hecho, está lo que no logro -por ignorancia de lo formal-, entender. Aquí está la distinción. Honrosa distinción,  y quiero creer en ella como ustedes, que me la ofrecen generosamente.

Crecí creyendo a mi madre: ‘La libertad es un útil, no un concepto. Nunca dejes de ganarte el pan por las tuyas. Creé en vos y en la gente buena, que la hay’.  Y la hay.

Crecí escuchando a mi padre: ‘No te acerques a los que quieren que dañes a los demás. Nunca robes, no dejes de estudiar y prepararte. Alejáte de los que te mandan a probar a vos. Ésos son los que terminan matándote, para que no se sepa que ellos te incitaron’.

Crecí escuchando a mi tío, Cayetano Biondo: “Compartí siempre, feliz de dar y compartir. No esperes vuelto alguno, ni te quedes jamás con lo que no te corresponde”.

Crecí escuchando a mi tía Luisa. ‘Más. Más. Más… No te conformes… Seguí, seguí, estudiá, estudiá, trabajá, trabajá…’

Les creí a todos. Viví los 50, los 60, los 70, los 80 y los 90, en Buenos Aires con la conciencia de lo justo y de lo injusto que ellos me inculcaron y que por decisión elijo aún. Yo soy de esa cultura, anacrónica y… ¿romántica?, cultura de laburantes y estudiosos.

Y crecí creyendo que la democracia le iba a doblar el brazo a los miserables.

Pero, salvo en los seres que aún lastimados en muchos sentidos, defienden el amor a la vida, lo que veo crecer es el miedo, la desilusión y el hartazgo; tres enormes peligros para la gente de buena leche.

Soy parte de una cultura antigua, desfasada, que advierte a los gritos: ¡cuidado, el daño va destinado a matarnos los unos a los otros! Y aun así me destacan, pero no por eso, no.

Hace un año y medio que estoy en Argentina y mis productores de teatro me dicen que nadie sabe que estoy acá todavía. Y, agregan, obstinados: ‘Que si alguno sabe que estoy, no sabe si estaré’.

Y es verdad. Es tan intensa la caza de Pokémones, que nadie sabe el instante en el que se deja de estar.

350 funciones de El Diario de Adán y Eva, y 120 capítulos de La Leona son nada, ante el dedo que digita qué debe ser promocionado para que se sepa, y qué debe ser promocionado para que no se sepa.

¡Otro más con la teoría de la conspiración!, pensará más de uno. No se escandalicen: alguna vez la invocarán, y les contestará el mismo bosque de espaldas que a los que creemos en ella.

En realidad, no encontré con trabajo y talento la manera de lograr que mis conciudadanos, que hoy me destacan, tuvieran necesidad o ganas de verme.

Y eso, estando, te confunde.  

No soy parte del escándalo, ni del plan, ni de la fiesta, ni del velorio.

En esta selva soy gorila viejo. Cada vez más apartado. Soporto poco los halagos y los encuentros cercanos de cualquier tipo que abran puertas a relaciones tramposas, en las que cada abrazo parece un palparse de armas.

Ocurre que yo soy el reflejo distante, cada vez más distante y olvidado de una CULTURA de PORTENTOS. No de esta cultura hecha a medida de barras bravas, torturadores de cuerpos y espíritus, negociantes de restos y burla a la buena fe.

Al público que hacía convivir todas las formas de cultura que habitaban este país, lo han ofendido hasta su exterminio.

Y yo soy parte de ese público exterminado, que descubría Bergmans, Fellinis, Skolimovskis, Antonionnis, Monty Phitons, Woodys Allens, Mihailkovs, Costa Gávras, Passolinis, Trouffeaus, Cassavettes, Bertoluccis, Cóppolas, Wenders, Babencos, Shlöndorfs, Formans, Wajdas, Polanskys, Gillians, Shafners… A sus luces y sombras, crecíamos los argentinos, creando y expresando nuestra propia idea de la vida. Lejos, muy lejos, de ‘Bailando por un sueño’, del negociado del fútbol y de las bestialidades que se organizan a cualquier hora del día en nombre de la libertad de expresión, que esconden a los ojos toda potencia que ayude a enriquecer la vida del otro.

Esta cultura -vergüenza me da sentirlo, imaginen decirlo en voz alta-, ha copado todo.

No recibiré esta distinción en nombre de esa cultura que más que cultura es el legado de los “orcos”.

Tengo en cajas, ciento y más distinciones de diferentes partes del mundo, que no han servido más que para agarrarse a trompadas con mi ego y con mis esperanzas, porque me llovían premios pero se me ahogaba la única lógica posible: ‘a tanto reconocimiento, mayor y mejor trabajo’.

Mentira.

No quiero, entonces, que éste -tan importante para un ciudadano como yo,  que cree por educación, equivocado o no, en el premio y el castigo-, sea un motivo más de conflicto interno.

Mi pequeña historia no es una historia hecha de bajezas, ni alternes, ni excesos, ni acomodos, ni amiguismos, ni favores.

He señalado, con los diez dedos de las manos, a los mentirosos, que son los responsables del estado paupérrimo de nuestra convivencia. Y voy a seguir haciéndolo, sin esperanza, pero por costumbre.

Los que me quieren saben que ‘me va a pasar lo de siempre’. Los que no me quieren, saben que, ‘mientras no se difundan con la misma convicción, me voy a ahogar en mis palabras’.

En este sentido, yo podría recibir la distinción por una destacada actividad cultural inútil.

La cultura dominante lo prevé todo: ‘la gente que emerge de las mesas de dinero, las cuevas, las quinielas y los televidentes, no precisan verdades, a menos que estas verdades los beneficien más todavía’. Y esa es la cultura que se apoya y que crece como la mala hierba entre la siembra lograda a sudor y callos.

Soy cordial, amable y sincero. Y por eso estuve tentado a decirles: ‘Gracias mil por este regalo tan bonito’, recogerlo e irme a comer, pero no quiero que se me confunda con un simpático de mierda de ésos que vive engañando los sentidos. Ni lo merecen ustedes, ni lo merezco yo.

Comprenderán que, dada la cultura imperante, no me sienta en condiciones de ser un destacado ciudadano de la cultura de mi ciudad. Porque, mi ciudad, admite esa cultura como propia y la deja hacer. Las veredas, las calles, las paredes, los gestos agrios y el maltrato son testigos de lo que pienso, escribo y digo ante ustedes.

La pasión por la convivencia debería ser la cultura de todos. Y, en esta ciudad -hermosa en los sueños de los que la fueron creando-, ya no se da, ni se recibe, ni se permite la convivencia.

Basta con dejar el coche, el helicóptero y el avión, y caminar por el Once -uno de los cientos de lugares destruidos por la ignorancia, el miedo, la desidia y la coima-, para entenderme.

Hubo en esta ciudad, reglas, ordenanzas, reglamentos, leyes,  incompletas, perfectibles, que nos ayudaban a comprender el porqué de los derechos y obligaciones que nos igualaban, y las capacidades que nos diferenciaban y complementaban; y que permitían ver a los hijos jugar en ella sin temblar y únicamente temblar. Ya no. Así en las calles como en las plazas y en las casas.

Treinta y tres años de democracia nos han servido para que la justicia no lo sea, para que la educación no lo sea, para que el trabajo no sea más que una carga cada vez más insoportable por exceso o por ausencia… ¿Qué nos pasa?

Tampoco represento a esa cultura, ni me distingo por ser partícipe o cómplice, en ningún sentido, de ella.

¿Por qué se me destaca, ciudadanamente hablando? Si a mí me gustaría ver en los titulares, lo que escasea en los titulares: obra y mérito reales.

No soy famoso, no luché por serlo. Sí, porque se me considerara un buen actor, un actor necesario. Ahí estaban mis sueños; ahí sigue estando la posibilidad de mi pan…

Quizá eso es lo que destacarían de mí, si conocieran lo hecho por mí, como actor, en el tiempo y las circunstancias en que hice cada trabajo.

Me siento orgulloso de haber entregado todo cada vez. Pero eso, siente que lo hace cada uno de los ciudadanos decentes, como yo creo serlo, que soy de otra cultura.

No puede ser eso lo que me destaque por sobre otros.

No soy popular. Ni lo busqué, ni lo quise. Siento rechazo por toda especulación y manipulación del otro. Ir de “popular” como salvoconducto en la vida me parece un engañabobos.

Decía Goëbbels: ‘los bobos desean ser engañados’, pero, perder el tiempo con bobos no es mi fuerte, ni mi debilidad mentir. Ni soy nazi. Yo, debo convertir ficciones en verdades -sobre el escenario o delante de una cámara-, pero me niego a continuar actuando quien no soy por el resto de las horas de mis días.

No sé mandar ni obedecer a nadie.

Miro por mis ojos, oigo por mis oídos y hablo por mi boca. Me gusta la excepción –castigada excepción, no premiada excepción-, que, en un tiempo de fotocopias y risas histéricas compulsivas, hace que acepte, con soberbia de idiota a veces, que soy muy bueno en lo que hago. Pero no por eso soy parte de una cultura que cada vez me agobia más. ¿Cuál? La que manda. La de la tele. En cualquier lugar donde se sirva un plato único, el plato único va a ser el más comido, aunque en la cocina haya ratas y cucarachas. Mientras no se vean…

Soy del tiempo de las Avellaneda, los Stivel, los Doria y las Álvarez. Participé en los mejores ciclos, con el ojo puesto siempre en Cosa Juzgada como símbolo de lo que debe brindarse al espectador medio. Muy poco trabajé en televisión, la décima parte de las horas que cualquiera de los actores de firma propia en este país ha trabajado. Pero dejé huella. Y, por eso, sí acepto ser destacado. Porque lo hice bien, muy bien y excelentemente bien.

Pero esa televisión vibrante  desapareció a manos del fútbol, los realities, las mesas llenas de agentes políticos y de empresas (con carnets de periodistas), y los programas que confunden el corazón con el colon descendente. Y ahí, nunca me destaqué en nada.

Y en la apuesta, no perdí, pero desparecí hasta el hambre.  ¿Exagero? No. Hasta el hambre, a veces. Pero, si se rebusca en la memoria y en Volver –que no pagó derechos de imagen hasta hace diez minutos-, ahí estoy.

Sé, que gente que no respeto, ha recibido esta distinción. Pero también, hace poco, pasó Tolcachir por este recinto.

Quizás eso hable de la variedad de gusto de los donantes de distinciones que destacan al hombre en su accionar. Pero, para lo que yo entiendo por cultura: un premio a Tolcachir reverdece la esperanza, y se convierte en una herramienta más para que los jóvenes no lleguen a adultos adulterados; y alarga mis ganas y mi mano hacia la distinción que me llega de mis conciudadanos.

Quizá el método ‘una de cal, otra de arena’, sea el que conviene. A mí me consta que en esas proporciones, un edificio, si tiene más de dos niveles, se cae, indefectiblemente. No resiste la mezcla.

Entiendan que siga amando una cultura repleta de Tornattores, Sauras, Taviannis, Radtfords, Loachs, Cattánneos, Redfords, Hermanns, Sorrentinos, Amenábares, Gäntzels, Lynchs, Scolas, Rutthefords, Cuerdas, Vons Donnemarks.

 Y que, para mí, el ‘Bailando…’ pertenezca a una “vereda de enfrente” que ni Borges hubiera imaginado, por más que Cambalache (brillante poema de advertencia), siga vigente como oprobio a la deforme inteligencia y la nula sensibilidad del argentino incapaz de torcerle el brazo a la indignidad.

Y, aunque yo destile cierto resentimiento por el estado de las cosas: Cultura es la que construye cerebros y corazones llenos de belleza y razones; y yo pertenezco a esos, y no quiero que se consuma la injusticia de pensar que “recibo esto porque me da lo mismo” o porque “todos pertenezcamos a la misma cultura”. Reniego de eso.

Es fácil hacer idiotas. Es difícil hacernos hombres y mujeres.

¿Qué hago, entonces? ¿Me lo llevo? ¿No me lo llevo?

Hago preguntas, ya que mi posición de ‘insolvente’ ante el hecho consumado, me autoriza sólo a eso.

¿A cuántos ciudadanos destacados debido a su labor cultural por sus conciudadanos (excluyendo a los favorecidos por el eterno estado de las cosas, que son los que pueblan los titulares y las páginas interiores de revistas, diarios, blogs, radios y tevés argentinas desde los setenta hasta hoy?; ¿a cuántos, pregunto, de los (todos destacados ciudadanos, como hoy yo), por su labor cultural -que no sean esos de siempre-, ¿a cuántos, se les ha ofrecido un espacio propio en los medios públicos?

(Hoy, no habría excusa, porque todos esos espacios obedecen a la misma directiva política, ya sea estatal, provincial o de la misma ciudad)

(Posición política que no es la mía, como tampoco es la mía la de ninguna oposición, porque ninguna me expresa. No hablo en nombre de nadie, ¿está claro?)

¿A cuántos? -artistas como yo, con lenguaje propio-, se los ha llamado desde los círculos oficiales para preguntarles…

-¿Qué le gustaría hacer en su casa, que no es otra que ésta: Teatro Nacional General San Martín, Teatro Nacional Cervantes, Canal de televisión de la Ciudad de Buenos Aires; TV Pública, Radio Nacional, Radio de la Ciudad?…

No: ‘Estaríamos interesados en ofrecerle un papel en…’ ¡No, no, no! Eso es la nada de siempre…

Reclamo por lo correcto, por lo que se debe: ¿Qué quiere hacer usted, señor, señora, distinguida, distinguido, entre tantos y tantas merecedoras y merecedores de ostentar el título de Personalidad Destacada (a cambio de un sueldo razonablemente digno por prestarnos su talento, sin presiones de ningún tipo y por un tiempo más generoso que un ‘especial’ aburrido a las dos de la mañana), ¿qué le gustaría hacer? ¿A cuántos, díganme, han llamado para ofrecerles algo así, en términos parecidos?

Eso es coherencia. Eso es posible verdad. Eso es una mano realmente tendida que favorece al destacadamente excluido por la horda. Eso es sentirse destacado por sus vecinos. Eso es admitir con hechos que a una persona útil se la destaca por su capacidad… ¿Han probado hacerlo, conciudadanos dirigentes? ¿Lo harán?

Si el estado de las cosas ha mantenido, mantiene y mantendrá a tanto inútil para la vida en común, ¿por qué no darle a usted lo que merece por mérito propio constante -ya que, de palabra, gesto y  ley aprobada- decimos que lo merece?: un espacio donde crear…

A usted, distinguido, distinguida ciudadana o ciudadano, que no goza ni gozó, de ningún tipo de favores estatales, ni metió la mano en la lata, ni mordió ninguna yugular, le ofrecemos elegir qué hacer con su destacada labor cultural en favor de los que deseamos premiarlo como debe ser.

Eso es razonar a favor de lo que se otorga.

El premio real -pienso, luego insisto-, debería traducirse en abrir la puerta al trabajo del talento que se premia. Y, ése premio real, bien podría transformarse en excepción a la regla, y comenzar a hacer regla la excepción.

Transformar en costumbre el premio laboral a la excepción, podría ir cambiando el estado de las cosas que se repiten como vergonzosa injusticia civil.

¿Qué le pasa a esta ciudad que ofrece distinciones y no las convierte en trabajo? ¿Es demasiado yankee eso? ¿Es demasiado ruso? ¿Es demasiado europeo? ¿Es algo muy foráneo como para adoptarlo?

Suponiendo que no merezca trabajo, tampoco merezco esta  distinción.

Jamás, en cuarenta y seis años, jamás, mi ciudad,  me ha ofrecido un lugar.

A los 66 aparece esto, en forma de símbolo, que no pasará de esto.

Ni en los 32 años que actué aquí, ni en los 17 que pasé fuera, se me ha pedido que venga a desparramar mi hoy destacada representatividad cultural ciudadana, en ninguno de los medios de divulgación, municipales, provinciales o estatales.

Ni antes, que eran todos del mismo partido militar, ni anteayer, que se los repartían entre gobierno y oposición, ni hoy, que vuelven a ser propiedad de un partido, otro, único.

Les agradezco el gesto y como no quiero que se convierta en mueca de hastío, digo en voz alta: 

‘A caballo regalado, no se le miran los dientes’.

No necesita mi ego ninguna distinción subjetiva. Mi ego sonríe cuando no miento. O sea: su función, si cumple alguna, está cubierta de premios.

Me quieren y respetan unas pocas personas, y, si ellas lo creen, hayan sido consultadas o no, acepto lo que considero una caricia más dentro de las muchas que me han ayudado a vivir.

Es consejo de mi representante, aceptar y  volcar -el destaque que se hace de mi persona- en mi currículum como un logro, y lo haré sabiendo que ni esta distinción ni ninguna de las otras serán tomadas en cuenta, ni estando, ni cuando deje de estar.

 ’Solá: ¿qué quiere hacer en tele, radio, en el San Martín, en el Cervantes?; tiene nuestro cheque en blanco y las puertas abiertas, como merece un destacado ciudadano de nuestra cultura, ya que no pensamos borrar con los codos lo que con las manos escribimos’.

No lo escucharé, pero me gustaría escucharlo antes que después.

Ojalá sea más que una pequeñísima esperanza. O que se cumpla en otros, más capaces que yo. Pero, por favor, en nombre de la cultura, no se los regalen a esos otros que ya tienen contactos, propiedades, dinero y apoyo para veinte encarnaciones.

Soy nacional, nací, me eduqué y viví gran parte de mi vida en esta tierra. Pongo las manos en el fuego por la gente que quiero y respeto, pero no pongo los pies en el plato por nada. Y, si los pongo, los saco en cuanto veo que lo que se pisa en él me da asco.

Afuera aprendí que lo nacional no es lo mejor, pero que pervive en un cerebro necesitado de mucho corazón para asumirlo con dignidad, comprensión y respeto.

Por último, un minuto para agradecer a los anfitriones, a los presentes, compartan o no mi creer -genuino creer-, y a todos los que se abstuvieron de usar sus móviles durante mi lectura. 

Todo obsequio lleva impreso un deseo de aceptación y una solicitud de agradecimiento.

Entonces: esta distinción pertenece a mi hermana, a mis amigas, a mis amigos, a mis muertos, a mi director favorito, a mis tres hijas: María Luz, Cayetana y Adriana, y a la mujer que quiso verme erguido en mi tierra, e hizo todo lo más difícil de hacer para eso: dejar atrás su vida y confiar en la nuestra, además de poner a mi lado su talento para que yo lograra ser feliz acá.

Aún no pude llenar un teatro para vos. Ni medio. Pero, antes de morirme, te prometo, Paula, que nos vamos a divertir mucho creando, siempre creando. Te amo.

Buenas tardes y gracias.” 

Para los que aún no la leyeron:

https://revistaelinconsciente.com/2016/04/04/al-divan-miguel-angel-sola/

En este link está publicado el maravilloso encuentro que tuve el honor de tener con Miguel Ángel Solá, uno de los grandes efectos de poner en juego el deseo de (mi) EL INCONSCIENTE.

Dra. Raquel Tesone

(Rachel Revart)

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