LITERATURA/PSICONALISIS APLICADO

MISHIMA: «CONFESIONES DE UNA MÁSCARA» por Dr. Ezequiel Achilli

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Mishima: Confesiones de una máscara

Por Dr. Ezequiel Achilli

“Había en mí una escisión pura y simple

 entre el espíritu y la carne.”

Mishima – «Confesiones de una máscara»

Con una brocha de bambú aplicaba, sobre su limpio rostro, bintsuke-abura, una sustancia aceitosa que servía de base para la blanca pasta de polvo de arroz y agua. Cara, cuello y manos, y dejaba una zona descubierta para dar la ilusión de una máscara. Los ojos y sus cejas los remarcaba con pequeño trozo de carbón. Para sus labios, azúcar cristalizada. Aunque sus labios se besaban solos. Una blusa larga. Arriba una enagua siempre de color rojo; el nagajuban. Ya había comenzado el ritual, sólo faltaba un kimono y era su madre. Sobre esas mariposas, flores de cerezo o ciruelo y bambúes pintados, Mishima sujetaba, con un lazo, el Obijime y luego un pocchiri bien adornado.

Ténkatsu, la maga, ya estaba lista para salir a escena.

“Yo tenía una curiosa capacidad para gozar de todo de ese modo. A causa de ese talento perverso, mi cobardía pasaba a menudo por valor, incluso a mis propios ojos.” dice Mishima (1949) en Confesiones de una máscara, su primera novela autobiográfica. El escritor japonés, Mishima (K. Hiraoka), fue arrebatado de los brazos su madre por su “poderosa” abuela, quien lo encerró junto a ella en su alcoba con el fin de formar al futuro emperador. El pequeño Mishima no tuvo otro destino que el de erotizar esa condición.

Entre los juegos, sus preferidos eran;  Ser como Ténkatsu, una mujer maga, y luego Ser el recolector de excrementos. Para jugar al recolector el procedimiento era más sencillo; usaba un vestuario pobre, y a ensuciarse (como lo hacen todos los niños). Así, Mishima pertenecía a los que ni siquiera eran nombrados, los Burakumín, conformados por los Etá: impuros desde el nacimiento, y los Binín: excluidos por delincuentes.

Comenta que a sus cuatro años de edad, cruzó en su camino un joven recolector de excrementos. Su rostro brillante, transformó el martirio del otro niño en belleza.

Hasta que fue descubierto en sus juegos y esto no era bien visto por su abuela. ¡Ella se horrorizó!

El creador literario y el fantaseo (1908[1907]) Freud  aborda el tema del jugar; “El niño diferencia muy bien de la realidad su mundo del juego, a pesar de toda su investidura afectiva, y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su “jugar” del “fantasear”. …Así, el adulto, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos.” (p.128) y esto lo deja claro Mishima cuando dice que “quería desempeñar el doble papel de Omi y de mí mismo.” Su primera experiencia homosexual fue con Omi, en la época del colegio.

Deseaba a Omi, mientras que estaba enamorado de una mujer, Sónoko, aunque era un amor descarnado, según él.

El verdadero amor incluye la renuncia, un encuentro en el desencuentro, pero para Mishima amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo. Si bien Mishima hacía del amor un ideal, su amor tenía fisuras. Una versión imaginaria del amor que desconoce que realmente es imposible completarse en el otro. “…cuando quiero considerar como una falsa apariencia la atracción que Sónoko ejerce sobre mí, quizás ese sentimiento no sea más que una máscara destinada a ocultar mi verdadero deseo de creerme sinceramente enamorado de ella. Entonces puede ser que yo esté convirtiéndome en uno de esos seres incapaces de actuar contrariamente a su verdadera naturaleza, y tal vez ame verdaderamente a Sónoko”.

Su dilema era que si amaba a Sónoko, lo que siente por los  muchachos era falso y viceversa. “…cometí un error, simplemente porque yo no había resuelto esa x, todo quedó falseado”. Al mismo tiempo, reivindicaba su confusión, y esto lo dice él con estas palabras, mediante la “posesión de todas las identidades.”

Para conocer un poco más la división de la que habla quizás resulte interesante ver cómo él la describe también en sus novelas [1] ya que parece ser algo que se repite en casi todas sus textos. En su libro, El pabellón dorado -o de oro- (1956), retrata a un hombre obsesionado con la religión y la belleza y así parece explorar su propia paradoja; amar a los opuestos y el sufrimiento que acarrea. El personaje Kashiwagi transforma sus pies deformes en fetiche y los ofrece a la adoración de mujer;“…y entonces se produce la eyaculación en dirección de la realidad que fijo. Mujeres, pies deformes, sin tocarse jamás, sin unirse jamás, son expulsados siempre de mi universo”, dice Mishima.

Retomemos la definición que da Freud del jugar: “todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio, o mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada…” El término crear apunta a un hacer (y hacer viene de hechizo) que da lugar al engendramiento, escribirse para inscribirse. El jugar como creación de una ficción parece ser una de las vías por la cual el niño, al mismo tiempo que opera como un hechicero, recrea la realidad en una trama imaginaria.

Ya lo dijo Freud: la misma rabia que le da a una criatura tener que reprimir y tener que ocultar sus deseos, se vuelve a producir cuando la convencen de que tome nota de los deseos que tiene. A lo que Mishima respondería que sin duda es mucho más fácil atacar que defenderse… […]¿Desean tanto a la vida como para sacrificar la existencia del espíritu?

Referencia

Mishima, Y.: “Confesiones de una máscara” (1949) Ed. Espasa Calpe. 2007.

_______  “El pabellón de oro” (1956) Ed. Seix Barral. 2007. 1ª edición.

Yorcenar, M.: Mishima o la visión del vacío, Barcelona, Seix Barral, 2003.

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