Al menos la casa es digna – me digo. Miro a mi alrededor y los objetos silenciosos y quietos no responden. Nada responde. Mi soledad se ha vuelto muda. Cómplice de la nada. Esperé tanto vivir solo, y ahora… ¡estoy completamente solo! Y mi soledad está vacía de recuerdos, de metas, de rencores.

¿Hice bien las cuentas? – me pregunto mientras imagino mis zapatos marrones detrás de la pantalla de la notebook. Debo algo de dinero al fisco, pero más allá de eso, me siento absolutamente libre.

Esta libertad ha perdido el estrellato – me aclaro. Mi libertad no es tan hermosa como la imaginaba, no tengo la sensación de que el mundo entero es mío, ni que puedo hacer cualquier cosa que desee, aunque esté a mi alcance.

Estoy solo y soy libre. He pagado con pobres renuncias y arrebatos de consciencia, lo que a muchos le cuesta mucho más. Sé que millones y millones terminan sus vidas en este mundo, sin haber probado jamás el sabor de éste vino con el que no quiero embriagarme.

No hay temores. Muchas noches duermo con la puerta sin llave, duermo como si no hubiera mañana, como si todo ya hubiese acabado con el día. Mi confianza en el amor infinito de Dios no se ha vuelto presuntuosa: cuando me doy cuenta que la puerta quedó abierta, agradezco que no haya pasado nada malo y la cierro suavemente. He llegado a mi meseta, todo está inmóvil, el mundo se ha detenido para mí. La muerte y la vida son escenas de la eternidad, los universos se cuelan por la ventana abierta que da a la plaza pequeña y austera que veo cada vez que salgo del edificio en el que moro. El cosmos está cerca y todas las respuestas están dentro de mí. Aun así, el deber me reclama, el deber de ser lo que he venido a ser. Escucho este llamado en el silencio solitario que supe conquistar, y pienso: si yo pudiera, como Charles Bukowski, ser solamente un hombre que escribe…