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RESEÑA “DIARIOS DEL CAPITÁN HIPÓLITO PARRILLA” DE RAFAEL SPREGELBURD Por Flavia Mercier / Dra. Raquel Tesone

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Esta novela, ópera prima del gran dramaturgo, actor y director de teatro, Rafael Spregelburd, teje una trama en la que todas sus dotes actorales, su talento como escritor, sus saberes teatrales, filosóficos y literarios, se entrelazan para hacernos transitar por las vivencias de su personaje. Personaje al que Spregelburd le presta su cuerpo y por quien queda tomado durante el rodaje de la película “Zama” de Lucrecia Martel: el Capitán Hipólito Parrilla. Por su parte, para Parrilla, ese actor que lo corporiza y le presta la mano para escribir su diario, es un invasor, incluso un usurpador que lo coloniza.  Y en el centro de este juego de subjetividades, el personaje se cuestiona:

¿Y si Parrilla, que soy yo, tal vez no existe?” (…) “Fantaseo que hay otro que hace de mí y que representa mis desgracias. Pero me agacho en silencio a observar qué hace, cómo vive. Sí, sé que es bizarro, que es improbable, pero ¿no han sentido quizás tal certidumbre? ¿Que la vida feroz que toca en suerte es en realidad vida ficticia, escrita por un mediocre guionista desalmado sólo apto para imaginar el sufrimiento y la derrota y nunca una alegría, un logro, una casualidad de lucideces que nos ponga en un sitio iluminado?” (pp. 65)

A lo Pirandello en su obra de teatro “Seis personajes en busca de un autor”, el escritor Rafael Spregelburd es interpelado por el protagonista que está a su vez atravesado por un actor -de quien Spregelburd habla como de un otro, como si no fuese él-; que compone el personaje de Parrilla desde el más profundo compromiso emocional con él; armándose así una espiral de identificaciones que tiende al infinito. Así, Parrilla le cuestiona a ese actor, cómo se atreve a vestir sus pantalones, a calzar sus botas o a montar a su querido caballo Giancarlo. Y hasta llega a enfadarse con él anticipando el día que inexorablemente llegará, en el que este “actorzuelo” se despoje de él y lo cambie por algún otro personaje que le redunde en más prestigio aún.

“Pues hoy que no hay Parrilla, veo claramente lo que pasa. Un tipo cualquiera hace de mí.(…) me encarna todo y por completo, aunque por un momento de luz y acción y arte sus bordes y mis bordes coinciden plenamente para que él y yo seamos uno, me abandonará muy raudo el botarate cuando descubra que no puede con mi alma, cuando se le acabe el entremés con el que paga su alimento o cuando le ofrezcan una de artes marciales extranjeras o un programa de arquitectos en su salsa…”  (pp. 65-66).

No es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, lo que hace que el relato de Spregelburd derrame destellos de genialidad. Con aristas borgianas, kafkianas, saharianas y cortazarianas su escritura nos reenvía a apreciar lo mejor de la pluma de cada uno de estos escritores y les hace homenaje.  Con un ritmo poético que, respetando el lenguaje del Siglo XVII de la época en la que transcurre la historia de Parrilla, deja entrever lo contemporáneo del actor (Rafael Spregelburd) y el texto se construye con tiempos que se entretejen atemporalmente. En este sentido, en un guiño cómplice al lector, Spregelburd cuela alusiones a artistas como Picasso y David Lynch, por ejemplo metaforizando con el “pájaro picassiano” o calificando algo de “lynchiano (p. 57), y fechando las anotaciones del diario según los tiempos del rodaje.

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De la trama de la novela, cabe decir que este particular protagonista llamado Parrilla es el Capitán de una expedición que tiene por misión traer la cabeza de Vicuña Porto. Es el anhelo de Parrilla que esta expedición lo redima para ganar el reconocimiento de su bienamada Rita ya que Parrilla tiene la creencia que sus visitas al prostíbulo provocaron en ella su rechazo y de allí, su amor no correspondido. Se cuestiona en este sentido, retóricamente:

“… ¿qué otra opción queda para un hombre digno en este pueblo mojigato? No he alardeado jamás de mi desempeño en estas citas, y eso que las mulatas podrían haber querido hablar, de puro jocosas y de puro agradecidas, ya que nunca he faltado al precio que les han impuesto a mis deseos y porque estoy dotado para el artificio del amor tanto como cualquiera y aún algo más. Así que espero que Rita comprenderá que si soy asiduo a esa casa vergonzante es más por la culpa de su indecisión que por mi falta de mérito y ganas.” (pp. 20-21).

Ese machismo rancio del que el personaje alardea con cierta pedantería de su virilidad, y que coloca a la mujer en el lugar de quien “provoca” en el hombre ciertas conductas que mucho le avergüenzan, pero de las que culpabilizándola a ella no se responsabiliza; es, en los tiempos que corren, otro guiño crítico de Spregelburd sustentado en su sagaz y habitual ironía.

Por otro lado, la misión de dar muerte a Vicuña Porto representa también para Parrilla la vía para cumplir el mandato masculino de demostrar su hombría.

“Lo sé: no soy valiente, no al menos por fuerza natural (…) Es porque no me he arrancado el lastre de mis traumas: el amor que no me ha correspondido, los cuidados de mi madre interrumpidos de pequeño por su cruel asesinato, las duras lecciones de mi padre, la indiferencia de todos a mi rango, el fracaso económico y moral de esta nación y de mi entorno, la tentación cotidiana de la bestial casa de citas, en la que se ha ido mi sueldo y hasta mi herencia innecesaria. Así es, sos débil, y siempre lo has sabido, y te has vestido de púrpura capitán para negarlo. Qué ironía que el sueño que debía venir a repararte, te muestre en su zoológico espejismo deformado, tu condena” (p. 45)

Parrilla se interpreta un sueño que le revela la policausalidad y el origen de sus traumas.

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Un párrafo del humor que caracteriza a Spregelburd emerge en el lenguaje de Parrilla para abordar otra de las cuestiones claves de la novela como la homosexualidad reprimida entre quienes participan de la expedición:

“(…) se me ha acercado con una propuesta indigna que le permití pronunciar porque pensé que se trataba de otra cosa. Me ha dicho con voz fuerte: “Capitán” y al acercarme me ha preguntado “¿Podría usted chupármela ahora mismo? Me desentendí del asunto con un gesto que podía significar  “No aquí, ni ahora”, o tal vez, “Lo espera la picota, tontorrón de capirote”, pero lo cierto es que su audacia infantiloide y sus modales mal templados me intrigan y no puedo enfadarme con tan poco. Además, he considerado luego en detalle la propuesta y me ha parecido horrible y deshonrosa. ¿Por qué piensa este hombre que yo pueda querer chuparle nada? (…) Queda claro que no le chupare aunque mi gesto puede ser interpretado como un “quizás” y que si vuelve con el tema lo ensartaré con los tres filos de mi lanza…” (p. 27)

Hay así una “imaginarización” de una fantasía homosexual reprimida y, por lo tanto, rechazada, y un “quizás” que al decir de Freud hace al retorno de lo reprimido cuando expresa en su discurso el deseo de “ensartarlo” con su lanza…

El relato da cuenta entonces de una relación de amor y odio del protagonista con los hombres, y es en este punto donde juega un papel fundamental el fantasma de su padre investido de sentimientos ambivalentes. Hay párrafos enteros que nos reenvían al rapto de locura de Hamlet respecto a la ‘re-presentación’ de su padre. Parrilla debe responder con hombría a una misión donde el padre se le impone con su “eterna cantilena” de palabras mortificantes: “no podrás, hijo, con mi sombra”. Quiere Parilla entonces ser amado y reconocido por su padre, pero a la vez lo odia porque lo condena a la impotencia.

“Vicuña Porto tiene sus horas contadas (…) Aparecete Padre, cuando quieras. Decora con tus acólitos infernales mi camino. Es hora que me alce de la sombra en la que crees que debo quedarme y en ese pantano donde hemos empezado usted y yo a medir fuerzas. (pp.30-31)

Colocado así, por su propio imaginario quizás, en la posición de objeto no deseado por el padre y con una misión mortífera como la de Hamlet, la proyecta al enfrentarse con la falta de amor de su amada. Para Parrilla sólo queda buscar explicaciones para el hecho de no ser digno de su amor, como si ella no pudiera simplemente no amarle, sin necesidad de razón mediante. Toda su posición subjetiva lo conduce, una vez más, como ante el padre, a sentirse indigno por ser rechazado por esa mujer.

Para el protagonista, el ser se reduce a ser alguien para su padre. Un padre con el que compite sabiendo que tiene perdida la batalla porque al tiempo que dice querer superarlo, lo necesita más fuerte y vivo para no perderlo, aunque más no sea como un fantasma que no lo deja ser.

“Pues le demostraré al destino, cuyo rostro ansío conocer, que tengo porte para arrastrar bueyes y mulos, soldados retobados y aún fantasmas, si tal es la ocasión. Y que abrasaré la tierra con mi paso. Y que esta ciudad oirá por muchos años contar la historia de Parrilla y que esta vez no será ya la de mi padre, como ha sido siempre y hasta ahora; será la mía.” (p.18)

Así Rafael Spregelburd nos va llevando a través de un juego de espejos en la búsqueda de respuestas a la pregunta por la identidad, “¿Quién soy yo?”; para luego entrar en un terreno existencialista sorprendente:

“Aquí me tenéis, fantasmas de una pieza. Y escribiendo mi diario para que no quedéis impresos sólo en el endeble éter azufrado del pantano. Os daré palabras, si hace falta y os daré entidad, para venceros en todos los terrenos: el del ser y el de la nada”

La cuestión del ser y la nada atraviesa las reflexiones finales del Diario del capitán Hipólito Parrilla con una filosofía nihilista revulsiva y de matices nietzscheanos y sartrianos donde entra a jugar en un mismo plano la ficción con la realidad.

“(…) ¿O acaso es posible no estar muerto? Es horrible ver negociar a los fantasmas sus pretensiones de ectoplasmas indecisos. Retienen al farsante, al actorzuelo, que ya había decidido abandonarme, que me lo prestó todo y al que yo, a cambio, robé el alma para siempre” (p. 124 y 125)

¿Quién le roba el alma a quién? ¿El actor a su personaje? ¿El personaje que le presta su alma al escritor? ¿Quién es el que está vivo a la hora de actuar o de escribir? Acaso, ¿la ficción será la vida y estamos todos muertos? ¿Será acaso que todo lo que creemos que sucede no es más que un sueño como en un teatro del absurdo? Rafael Spregelburd logra plasmar en su novela lo absurdo de la vida desplegando una profusión de sentidos allí donde todo carece de sentido. Entonces, retomamos en un guiño cómplice la cuestión que nos deja resonando: si todo es absurdo y nada tiene sentido ¿por qué no intentarlo todo?

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