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Tom Pain (basado en nada) Dirección España: Sebastián Calderón – Por Flavia Mercier

 

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Libro: Will Eno – Adaptación e interpretación: Rogelio Gracia
Por Flavia Mercier
Corresponsal en España

Durante mi última visita a Buenos Aires tuve el enorme placer de asistir a la última función de esta fantástica obra de Will Eno, “Tom Pain (basado en nada)”. Magistralmente interpretada por Rogelio Gracia, llega ahora al Teatro Victoria Eugenia  Club de Donostia.
La obra que aborda la nada existencial, o la nulidad, en la que caen muchas vidas en estos tiempos líquidos y evanescentes, y la tremenda interpretación de Rogelio Gracia, merecen que sea representada en todas las salas de España.

Tom Pain es uno de esos habitantes de nuestras ciudades que aparecen con mucha actividad pero como ausentes de sí mismos y por momentos, incluso, como un poco deshumanizados. Aparentemente carente en algún momento crucial de su infancia de una mirada que le pudiera hacer sujeto de deseo -por lo que puede entreverse del relato de su historia-, el personaje aparece como falto de palabras para explicar lo que le afecta. Es como si una nada le habitara, está “basado en nada”; como si algo de su subjetividad hubiese sido arrasado restándole la posibilidad de dejarse afectar. Falto de palabras pero cargado de verborragia.

La obra introduce así una cuestión crucial de los tiempos que corren y que parece poco advertida. La falta de mirada sobre el sufrimiento de los niños. ¿Cuántos adultos, padres, madres, educadores, creen que porque son pequeños no sufren, y que se adaptan a todo? El personaje nos interpela en ese sentido “¿Cuándo se les terminó la infancia? ¿Cuánto los lastimaron cuando eran así de chiquititos? ¿No es genial como nunca nos recuperamos?” Muchos adultos confunden muchas veces el que los niños no puedan expresar con palabras, nombrar, su malestar, con la posibilidad de que no experimenten malestar. Y en ese punto olvidan su función dadora del lenguaje. El lenguaje se trasmite por un decir que sostiene un Otro deseante con el que trasmite a un niño su deseo. De lo contrario la palabra no nombra nada, llega como hueca e incluso no llega. ¿Cuántas veces en estos tiempos en lugar de esa palabra plena que implica una mirada al niño que lo vea en su singularidad y que como tal le trasmita afecto, vienen las etiquetas de la ciencia a intentar controlar el malestar, un intento que siempre resulta fallido? TDAH, hiperactividad, falta de atención, trastorno de conducta, etc., etc., etc.…

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Y esa falta de palabra plena o abundancia de palabras vacías -huecas, más bien-, se arrastra como una falta que hace que el sujeto cojee todo el camino. Y así hasta llegar a una adultez en la que, como relata en algún momento de la obra el personaje respecto de su más importante historia de amor: “yo desaparecí dentro de ella y ella preguntándose dónde me había ido, se fue”. ¡Cuánta falta de palabra en estos tiempos, cuántos silencios que no son silencios sino la pura nada para decir, la pura nada para sentir!
Tom Pain es entonces un tipo simple, uno más entre otros, que puede ser muy verborrágico y energético, pero que, sin embargo, deja entrever por momentos cierta fragilidad psíquica y un costado inquietantemente frío; que seguramente nace de esas heridas que sufrió en la infancia. ¿Cuántos personajes conocemos así, hoy día, que pasan de creerse que todo lo pueden a sentirse fracasados sin poderse explicar esos fracasos? ¿Cuántos pasan de una hiperactividad verborrágica intentando convencer de todo, a taciturnos y apesadumbrados personajes casi faltos de palabras, insensibles al dolor ajeno, como ausentes de la escena?
La obra es en este sentido muy actual en tanto nos habla de muchas de las subjetividades contemporáneas que, atravesadas por la inmediatez de los tiempos y por el imperativo de gozar que les impone el sistema, se dejan tomar por la euforia de un instante, pero luego, cuando el pasado que insiste vuelve a irrumpir en medio de la escena, quedan capturados por la tristeza y la perplejidad.
Por otro lado, la actuación de Rogelio Gracia traspasa el escenario de forma muy genuina. Como espectador resulta muy creíble cómo este gran actor cuenta lo que le pasa a Tom. Es magistral en ese sentido, el trabajo de adaptación del texto en el que se destaca la mano de Rogelio Gracia. Logra, además, hacer sentir al espectador en los muchos cambios abruptos de tema que se producen en la obra, el salto que provoca en la afectividad del personaje; hasta que, cuando esa afectividad se vuelve insoportable, el personaje toma líneas de fuga con alguna banalidad que resultan en un alivio para él y para el público. ¿Cuántos se escapan con la banalidad hoy en día de la insoportable levedad del ser, de una existencia cada vez menos consistente y más evanescente?
La obra interpela así al espectador, con cada uno de sus pasajes. Al modo de decir de
Rogelio Gracia en la charla que mantuvimos a la salida de su última función en Buenos Aires, y para ya cerrar esta reseña: “El teatro es siempre un juego de espejos y generalmente el reflejo que ofrece para cada espectador es diferente. En esta obra se vuelve más inevitable ese juego de espejos para cada uno, porque esta obra te mira a los ojos y te habla directo, te pregunta… Entonces, esta obra se vuelve un juego de espejos mucho más personal. Eso es lo que tiene de fascinante”.

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