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Los paraAnormales – Dirección: Daniel Veronese – Por Dra. Raquel Tesone

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El título de esta obra, nos dice mucho y nos interroga de movida: ¿Cuál es el criterio de normalidad? ¿De qué norma nos tomamos cuando se trata a otro de “anormal”? Acaso, lo normal, ¿no se halla ligado a un contexto cultural donde el sujeto es sujetado a una adaptación  social que lo uni-formara o lo de-formara para encorsetarlo en un formato homogéneo? ¿Ese formato no responde a una sociedad que fomenta el Dios mercado para vendernos la imagen de lo que “deberíamos ser”? Esta obra teatral nos plantea algunas de estas cuestiones relacionadas indefectiblemente con la discriminación de aquel al que se juzga diferente. Ahora bien, ¿no somos todos diferentes aunque tengamos algo en común? 

A la salida de la obra, esperé para felicitar a los actores y a los dramaturgos, la genial dupla Matías del Federico y Daniel Veronese, quienes ya habían escrito juntos la excelente obra teatral “Bajo terapia” y les pregunté cómo se les ocurrió escribir esta historia que parecía sacada de una reunión de padres de algún colegio privado. Respuesta: está basada en un hecho real donde un grupo de padres con la connivencia de la directora de la escuela, se reunieron para notificar a la madre de un  niño con síndrome de Asperger que decidieron expulsar a su hijo de la escuela. Hasta aquí la desalmada realidad de un acto de discriminación absoluto. Lo que sigue en la obra forma parte de la ficción sobre qué ocurrió en esa reunión, y al mejor estilo de la impronta del teatro de Veronese con su genial dirección, en un tono de comedia, donde la ironía hace saltar carcajadas al público, nos muestra el reflejo de los efectos más nocivos de la sociedad burguesa. Con la supuesta “tolerancia” se enmascara la no aceptación de otro cuando no encaja con aquello que se espera como “ideal social”. ¡Cómo si existiera alguien que se ajustara a este  ideal! Y el acierto de la obra es mostrarnos que cuando hay falta de empatía y resistencia a ponernos en el lugar del otro para comprenderlo en lugar de juzgarlo, siempre se estará expuesto a que retorne como un boomerang, el ser juzgado por sus propias diferencias. 

Hernán Gulla

Otro punto sumamente interesante está dado por la forma hipócrita con que se habla de la diversidad como algo aceptado en el mundo adulto hasta que caen las máscaras y se revela la verdad: son los padres los promotores primarios del bullying,, no los niños que se pueden aceptar con naturalidad a través del juego y del compartir vivencias. Son los padres que con su mirada crítica emiten  juicios de valor sobre las diferencias de los compañeros de sus hijos y los hijos van formando sus juicios y sus pre-juicios fundados en los argumentos parentales con los que se identifican ineludiblemente. 

La escenografía habla, sus detalles dicen mucho de quien habita esa casa y permite a los actores un desplazamiento por el espacio escénico que le da muchísimo dinamismo a la obra, así como la iluminación muy pertinente y el vestuario que es acorde a cada personaje.

Es una obra que nos reformula ciertos tópicos que hay que revisar en los tiempos que corren y que trasunta como trasfondo un fuerte cuestionamiento a una parte de la sociedad (la que puede pagar una entrada de teatro y un colegio privado) que, haciendo “como si” fueran muy inclusivos, en realidad, son expulsivos. El Superyó se conforma por la cultura vehiculizada a través de los padres, por su conciencia moral y crítica, y en este grupo de padres y sobre todo en el personaje de la directora, al estar encubierta su crueldad, arrasa con el otro de forma más inesperada, impactante y devastadora, y se vuelve contra sí mismo. Al decir de Carl Jung: “quien se identifica totalmente con el papel que desempeña en la sociedad, según sus principios morales, su rango social, su profesión, es fagocitado por su máscara, sin la cual, su existencia se vuelve imposible”.

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De la mano de Veronese cada uno de los personajes despliega en su discurso la simulación y la estratagema de su accionar deshonesto y en complicidad grupal. María Figueras interpreta magistralmente su personaje, una mujer argentina cuya meta es vacacionar en el Caribe y en mantener un estatus que ya no puede sostener pero que es para mostrar a los otros. Figueras está muy presente en escena no sólo con su parlamento que es desopilante sino también con gestos muy sutiles que hace que el espectador salte de la butaca de la risa y todo el tiempo  permanece en la piel de su protagonista, y sólo la reconocemos en el saludo al público a la verdadera María con su sonrisa. Es remarcable su doble faceta en su trato con el marido, representado por Gonzalo Suárez, que interpreta a un actor frustrado, verborrágico y megalómano, y desde una aparente inocencia, el personaje de Figueras parece sometida a su pareja pero en el fondo lo desvaloriza, realizando una composición muy lograda de un rol muy difícil de interpretar por el grado de ambivalencia y de falsedad que lo atraviesa con dobles sentidos casi permanentes en su discurso. Por otro lado, Carlos Portaluppi y Marina Bellati forman una pareja de padres mucho más explícitos en su intolerancia y sintiéndose con derecho a expresarla, una pareja de actores que están amalgamados totalmente en su extremo cinismo y necedad, una interpretación extraordinaria de ambos.  El personaje de Laura Cymer nos muestra que lo que se necesita para ayudar a otro, no es tolerar sino una verdadera aceptación del otro. La tolerancia es una palabra bastardeada utilizada para tapar la intolerancia a aceptar la diversidad del ser humano. Cymer nos conmueve con su desconcierto frente a confrontarse con la incomprensión y la discriminación hacia su hijo.

Paola Barrientos nos muestra a una directora que exhibe sus títulos de psicóloga social, grafóloga, reikista y otras yerbas y que hace alarde de su espiritualidad  pero que detrás de esa careta, existe una agresividad larvada. Los autores apuntan a mostrar que los títulos y los estudios pueden estar al servicio de ocultar los aspectos indeseables de sí mismo. Lo que ningún libro ni diploma podrá aportar, es lo que nos enseña el vinculo desde la verdadera experiencia  emocional con el otro.

Una obra indispensable, totalmente necesaria para ese público que sigue a Veronese y que está dispuesto a abrir su mente y repensar sus paradigmas y sus prejuicios desde el humor y desde la seriedad con que es abordada esta temática con una profundidad psicológica tanto en la dramaturgia como en la calidad actoral.  

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