Entrar a Timbre 4 nuevamente y ver la sala llena, ya es comenzar a vibrar las emociones con los espectadores antes que aparezcan los actores en escena.
Saber que actuaba un gran elenco bajo la dirección de Daniel Veronese, preanunciaba que estábamos convocados a un evento teatral importante. Y así fue, una vez que ingresamos dentro de las escenas de una familia, que como todas las familias tienen conflictos soterrados. Y todo lo que esta acallado, suele desatarse en los encuentros domingueros en la casa de los padres y, más aún después de un tiempo de no verse entre hermanas, el clima que se perfilaba cálido en principio, como un almuerzo familiar más, en la medida que ya no se hablaba de banalidades, la frialdad y la distancia entre ellos, empezó a envolverlos. Una vez que nos instalamos con esta familia en la sala (o en esa casa) con una escenografía que solo contaba con muy pocos elementos arriba de una mesa y cuatro sillas (una de las sillas que siempre estaba a punto de romperse, como los vínculos lábiles entre ellos), no había lugar a la fuga: había que pensar, y por momentos, me sentí en medio de una sesión familiar pero como observadora no participante, con deseos de hacer alguna intervención psicoanalítica. Me cabe ahora hacer un análisis de esa familia que creó Lars Noren –quien lamentable y significativamente murió de Covid en Estocolmo en pleno invierno- y adaptada por Veronese tratando de argentinizar la impronta sueca marcada la cultura de este autor. Empecemos el análisis de los roles fijos y estereotipados de los miembros de esta familia que están bien delimitados: la oveja negra (Inda Lavalle), la oveja blanca (Paula Ransenberg), el padre (Guillermo Aragonés) aparentemente sumiso y con rasgos homosexuales frente a una madre negadora (Miriam Odorico) que tapa todo debajo de la alfombra y se mantiene en una supuesta zona de confort para mantener lo que ella cree es la homeostasis familiar. Una madre que demuestra a las claras su preferencia por la oveja blanca, que cumplió todos los mandatos familiares a un alto costo, siendo la cómplice muda que debe resguardar los secretos de su familia, aquello de lo que no se debe hablar para seguir ocupando ese lugar funcional al grupo familiar. Por otro lado, la oveja negra denuncia la locura familiar, enloqueciendo y siendo el chivo expiatorio y el depósito de todos los aspectos negados de la familia, y tal como lo ha descripto nuestro psicoanalista Pichon-Riviére, padre de la psicología social en Argentina: todos y cada uno sufren de modo diferente.

Y todos los integrantes parecen jugar las cartas de un juego que, por momentos parece romperse alguna regla (sobre todo cuando la oveja negra estalla), pero poco tiempo, vuelven a barajar y dar de nuevo, para volver a jugar ese mismo juego que podría repetirse al infinito. Tanto es así que, a mi criterio, hay momentos que pierde fuerza ese ir y venir de emociones que estallan y se diluyen en la negación, y que deja la línea argumental un tanto repetitiva.
La toxicidad de muchas familias se ha agravado por la pandemia, y aumentaron las consultas familiares a causa de las situaciones nuevas de aislamiento social que han tenido que enfrentar. Esos roles donde las desigualdades sociales y económicas son alevosas, traen consecuencias y efectos que atraviesan el psiquismo donde la “grieta” aumenta cada vez más.
¿Cómo sostener al otro si uno no puede sostenerse a sí mismo? En esta familia nadie sostiene a nadie, y cada uno está en su lugar tratando de sostener ese papel que le asignaron en el grupo y que asume cada integrante, sintiendo que no puede salir y que está preso de lo que le toca. En ese sentido, no hubo papeles secundarios, los cuatro en la obra son protagonistas de una historia individual y familiar, se destaca Paula Ransenberg y Miram Odorico en cuanto a los matices psicológicos profundos con los que compusieron sus personajes.
Muestra evidente que hay un público ávido del entendimiento del caos familiar y que busca verse identificado y que, además, nos interesan las propuestas de Daniel Veronese, fueron los aplausos apretados con tres bises. Los actores tuvieron que volver a saludar sintiendo la emoción de los espectadores que se paraban para seguir aplaudiendo, y este momento fue muy conmovedor porque parece que allí nuestras almas se unieron con esos seres de la familia sintiendo empatía a través de los aplausos.