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ELLA EN MI CABEZA – Dir.: Javier Daulte – Por Dra. Raquel Tesone

Volver a ver el teatro Metropolitan Sura a sala llena ya es todo un evento extraordinario. Más aún, sabiendo que se trata de una pieza que se estrenó en el 2005, ganadora del premio ACE a la mejor obra nacional, cuenta con cinco premios Estrella de Mar, y con marcado éxito en el extranjero, escrita por el actor y dramaturgo Oscar Martínez , vuelve a estrenarse con otro gran elenco bajo la dirección del genial Javier Daulte.

Sentados en la butaca, surge el deseo de ver levantarse el bellísimo telón bordó para dar comienzo a esta fiesta cuya fórmula teatral está asegurada para impactarnos. Y una vez que esto ocurre, nos encontramos ingresando al mundo del Inconsciente de Adrián (Joaquín Furriel) quien se presenta en pijama en una cama matrimonial con su pareja Laura (Florencia Raggi) durmiendo a su lado. Adrián mirando al público y despertando de una pesadilla, comienza una especie de autoanálisis donde despliega toda su dimensión imaginaria. Su esposa se perfila como un objeto de su fantasía, todos los diálogos son creaciones de su mente donde él supone lo que ella puede decir o cómo puede reaccionar. Sus propias emociones ambivalentes respecto a su relación de pareja y su intensa angustia por no saber qué hacer con ella pero tampoco sin ella, forman parte todo lo que él imagina y lo acosa mentalmente.

Klimosky, su psicoanalista (Juan Leyrado) interviene cuando él lo convoca en busca de contención para aliviar su desesperación. Y el primer interrogante que emerge es por qué o para qué Adrián tiene a Laura en su cabeza. En torno a esta pregunta, gira el eje de la obra. Ingresar en el mundo interno de un personaje que cuestiona su vínculo de pareja y que la escucha a “ella” en su cabeza tanto como a su psicoanalista interpelarlo, requirió de una puesta en escena que permita que los espectadores podamos sentirnos identificados con sus contradicciones y temores. Con un texto complejo, excesivamente verborrágico ya que se trata de un diálogo interior, donde un parte interrumpe a la otra, y el analista habla y el paciente se resiste a escuchar su verdad, o bien, como pasa en la mayoría de las parejas, hay ruidos en la comunicación, la teatralidad del parlamento se complejiza. Sobre todo imprimir toques de humor a un drama de pareja, ha implicado una gran labor de los actores, una puesta en escena y una escenografía que re-presente la psiquis de Adrián que ha sido un gran acierto de Daulte la elección de Julieta Kompel. El escenario está dividido en tres círculos giratorios: en el centro la cama circular matrimonial, en otra plataforma el consultorio de su psicoanalista y en el otro costado, la mesa de maquillaje y vestidor de Laura. Ese universo casi onírico de la mente de Adrián encuentra allí la teatralidad indispensable para que la imaginería de quienes asistimos no quede enredada en lo discursivo. Furriel da muestra de apropiación del espacio escénico recorriendo los tres círculos sostenido en su desenvoltura corporal y en un dominio total de su parlamento, tal como si estuviera pensando en voz alta.


El psicoanalista en principio le señala a Adrián que Laura aparece como la culpable de todos sus males. ¿Es que así evita confrontarse consigo mismo y hacerse cargo de sus propias angustias? ¿Los excesivos celos pueden relacionarse con una proyección inconsciente sobre el otro? ¿Es amor o deseos de controlar al ser amado lo que motiva su angustia?
Los conflictos internos se explayan y el público asiste al trabajo de pensamiento de Adrián y a su sensación de estar volviéndose loco, estando “fuera de sí” porque siempre alude a lo que Laura piensa o dice, tal como él lo cree. Hasta que Klimosky le muestra que su disociación y sus ambigüedades están al servicio de seguir pensando lo que Laura piensa para no implicarse en lo que él siente. Allí es cuando empiezan a aparecen los celos, los no-dichos, el resentimiento contra lo que él imagina que le pasa a ella y todas la emociones que se trabajan en un análisis que se precie. Hay un monólogo hilarante de Leyrado que aparece con una pelota y que la ubica como objeto de deseo de los jugadores y él como árbitro en
un lugar neutral -aunque muchas veces los psicoanalistas tenemos que entrar (y es necesario) en la cancha, es un lugar de abstinencia y no de neutralidad- el público ríe porque es identificable como estereotipo en nuestra cultura psi argentina este personaje.


Klimovsky pone en juego otras técnicas como enfrentarlo con una silla vacía para que Adrián se exprese libremente con Laura, y es en esta escena que deja de poner toda la responsabilidad en su esposa y advierte todo lo que él tenía guardado en su interior. El proceso de análisis de Adrián lo confronta con su cólera y sus celos que tenían más que ver con sus proyecciones y con sus propias fantasías (como sucede en todas las relaciones y más aún después de años de convivencia).

Si bien es una comedia con todo los condimentos del humor, nos muestra el sufrimiento de los vínculos hoy (y sobre todo en pandemia), los temores a la pérdida, la adicción a estar en pareja por miedo a la soledad al precio de no sentirse libre de hacer lo que se desea, la asfixia de quedar petrificado como objeto de la fantasía de otro, producto del entrecruzamiento de dos seres cuyas historias pueden quedar soldados en un punto de conflicto, y muestra con una dosis de humor la labor en el espacio de análisis para desanudar si lo que los une a esos seres es el amor o el espanto, parafraseando a Borges.

La dirección de Javier Daulte para otorgar éste tipo de dinámica teatral que articule la psicología con el teatro en esta obra que no es ni más ni menos que una escena intrapsíquica, es inigualable.

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