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DECIR SÍ– De Santiago Lazarte – Por Manuel Larrabure

Mucho cabría decir y analizar sobre el carácter sádico o/y masoquista que posee el texto de Gambaro en el que en una peluquería transcurre la historia de un cliente sumiso y un peluquero abominable. Estrenada allá en los 80’ en el ciclo de teatro abierto que reivindicó la libertad de los artistas en un marco de censura a la expresión, control, vigilancia, represión de lo político y desaparición de personas. La metáfora del peluquero como representante del Estado era legible, en un tiempo en que había que enmascarar al significante para poder criticarlo. Lejos estamos de ese clima y, aun así, esas estructuras psíquicas donde el poder se ejerce como dialéctica de lo privado no nos son ajenas. El viraje de época ha modificado el lugar en el que esos poderes nos afectan y cabría preguntarnos qué formas de la represión a la subjetividad y desaparición de lo propio están presentes en este capitalismo en su fase tardía que endeuda a los países y a sus habitantes como un modo de la sumisión y la coerción al mismo tiempo que los mecanismos de consumo masivos nos consumen a nosotros mismos y es necesario pensar las consecuencias de nuestra adecuación y reproducción internalizada de las normas digitales. En un mundo plagado de imágenes del cuerpo, del bienestar, de la salud y de imágenes que redundan en un erotismo liso y sin estilo ¿No es una forma más de la internalización de la ideología nuestra aceptación de estos códigos de supuesta belleza? Si en aquella época el modo de borrar lo disruptivo por la vía de la vigilancia directa, en la nuestra podríamos pensar que se ha producido un fenómeno sobre el que alertaba Foucault en Vigilar y castigar: el suplicio público ha virado en formas invisibles y psíquicas que no por ser más racionales dejan de ser el lugar donde el Poder se manifiesta. Puede resultar inadecuada la comparación, ya que la tortura, el secuestro y la desaparición traspasan los límites de lo soportable y felizmente, podemos decir lo que se nos antoje, pero, aun así, en este poder decirlo todo, mostrarlo todo y hacerlo todo radica la gran máquina de poder social que nos vigila y nos coerciona por cuestiones estéticas, sensibles y políticas. Traer a nuestros días un texto de aquel entonces tiene vigencia para dialogar con las problemáticas del tiempo en que vivimos. 

Poniendo el foco en lo teatral, es destacable cómo se da ese pasaje del texto a la escena en el cual, el grupo de artistas que lleva a cabo la obra, ha logrado manifestar un nuevo texto espectacular, de algún modo impensable desde el texto literario en el plano de los lenguajes escénicos. Lo monstruoso y siniestro presente en Gambaro se lleva al paroxismo desde los cuerpos generando una atmósfera difícil de respirar en la cual la contradicción resulta angustiante. Es una obra en la cual la risa aparece como un catalizador necesario de la tensión generada, pero no es una risa simple desde el chiste cómico, sino una risa diabólica y distanciada. Lo interesante es pensar la simultaneidad entre lo angustiante y lo cómico, como proponía David Viñas en su lectura del grotesco Discepoliano: lo trágico y lo cómico se fusionan. El vestuario, la escenografía, las actuaciones y la iluminación confluyen en un lugar trash-onírico donde nos adentramos en una relación en la que el poder y la sumisión son el tema que nos atraviesa de un modo cruel y descarnado. El juego de roles entre un personaje y otrx, evidencia que no es posible que exista un amo sin un esclavo, sino que, más bien por el contrario, son uno para el otro. “Y todo gracias al amor o, o, o, o” como cantaba Palito Ortega que aparece como cita en un juego irónico. La cita no como homenaje sino más bien como crítica, al estilo del arte pop en Jorge de la Vega entre otros, en el que los rostros hiper-felices y saciados por medio del consumo se tornan críticos a través del sentimiento de extrañeza que generan al mirarlos detenidamente. La sociedad que planteaba el modelo Palito Ortega en aquel entonces era la ya conocida tríada conservadora: familia legitimada por la iglesia y la adecuación al modo de producción del Mercado y el Estado como modo de organización política garante de estos estandartes simbólico-económicos. Y es en este punto donde se ejerce el poder disciplinario del amor entendido al modo de Engels como dispositivo mínimo para la perpetuación del sistema capitalista.

Si esperan un espectáculo liviano para reírse inocentemente y aliviar las cargas semanales, probablemente este no sea el lugar. Pero si, por el contrario, su intención es reflexionar sobre los mecanismos de poder dialécticos y sus modos de alojarse en el cuerpo este es un sitio excelente. El sentido se decanta con el tiempo, como sucede con las buenas obras que persisten susurrando a través de imágenes que llegan en situaciones posteriores. Desde lo técnico, no queda nada por decir: todo está llevado hacia un lugar insuperable desde la idea planteada, es una ejecución perfecta de lo que se propone el grupo o el director en el plano de lo estético. Las actuaciones, el desarrollo de las corporalidades de los personajes merece una mención especial: esos monstruos que en algún lugar habitan están en el escenario para que nos reflejemos en ellos y reflexionemos sobre nuestras propias vidas. Cuando vemos a los monstruos en el exterior luego podemos reconocerlos en nosotros. Dejo aquí una cita a una obra plástica de Jorge de la Vega en su serie Mounstruos que está expuesta en la colección del Malba “Tercer ojo” en la sala transformar el cuerpo.

FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

Texto: Griselda Gambaro

Actúan: Francisco BarralEmiliano Figueredo

Diseño de vestuario: Jo Vera

Asistencia de dirección: Ana Morahan

Dirección: Santiago Lasarte


Duración: 60 minutos

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