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Vivir para contarla – Por Lila María Feldman

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Acerca de las narraciones en la clínica psicoanalítica.

Lila María Feldman

Clara vuelve a consultar luego de un tiempo de interrupción. Está muy angustiada, no puede dormir, no puede dejar de llorar. A veces tiene ataques de ansiedad y quisiera romper todo. Relata, cuando nos reencontramos, la semana pasada, algunos de los sucesos que vivió el último tiempo.

Cosas que le pasaron y no puede entender.

Al irse, me quedo inquieta, pensando cómo ayudarla a rearmarse en ese momento de conmoción. Pude decirle algo, más bien pensé en voz alta, y ella se lo lleva: puse en relación esos últimos acontecimientos con un punto particularmente doloroso de su historia, sobre el que trabajamos mucho durante la etapa anterior del tratamiento, en apariencia muy alejado de lo que ahora le ocurre. Reaparecen cuestiones que sigue sin poder hablar, que no llegan a destinatario, todavía.

Hoy vuelvo a verla. Llega, y apenas se sienta me cuenta un sueño. Clara dice: «…yo clasifico a los sueños. Algunos son eso, sueños, otros son como experiencias, intuiciones, la vivencia de una presencia. Estos últimos los siento en el cuerpo, como si ocurrieran de verdad. Sentí un abrazo, un abrazo que me produjo paz, y cierta tristeza. Pero paz… Luego me puse a buscar unas cartas que escribí hace años. Siempre me gustó escribir cartas, hacer amigos en otros lugares. Son cartas que envié, pero conservé los borradores…»

El sueño y la escritura, que tantas, tantas veces se entrelazan, dan una respuesta propia, muy personal, a esa inquietud con la que me quedé luego de la anterior sesión. Clara encuentra, en medio del desorden, formas de encontrar paz, la tristeza es apertura a las palabras, en contraposición a la angustia y la ansiedad. Las palabras forman lazos, vuelven sobre viejos lazos. La transferencia también lo es. Así trabaja, como el sueño, armando sobre un fondo de viejos lazos, futuro psíquico.

Clara sigue hablando, recordando y actualizando el lugar que ocupó para ella siempre la correspondencia, antes de internet…

Habla de las cartas ya escritas y de las cartas por venir. De lo que necesita escribir para que sea escuchado-leído. Una necesidad de ser reconocida, aceptada, no expulsada. Me escucho diciéndole que el tema parece ser el desalojo, el haber tenido, o el haberse ilusionado con un lugar propio, para luego perderlo abruptamente, el sentirse expulsada, eyectada. Clara se conmueve por entero. Por entero. Lo expresa con el cuerpo y con palabras, que surgen a borbotones luego de ese impacto. Son las palabras, en transferencia, las que restablecen un lazo, las que recuperan proximidad, o la inauguran muchas veces. Y las que relanzan incluso el soñar. Lo desalojado encuentra lugar cuando sueña, cuando escribe. El encuentro psicoanalítico asimismo le da tiempo y espacio.

Yo también me conmuevo. La transferencia no se programa, no se planifica, no tiene protocolos. Pero seguimos confiando en la palabra, en las palabras, tanto más cuando habilitan sueños.

La proximidad de y con las palabras.

Pasaron meses. Clara prosigue su trabajo en análisis. Le cuesta un gran esfuerzo sostenerlo, tiene bastantes dificultades económicas. Pensamos un honorario que ella pueda pagar, y es así que sigue viniendo, con una frecuencia variable.

Hoy habla de desencuentros amorosos, y de los modos en los que ella se va ubicando, frente a lo que va viviendo, con ironía, humor, lucidez. Me relata episodios ligados a sus experiencias en las redes sociales: «Happn«, «Instagram», aparece la referencia a los likes, a lo que se muestra, y lo que se oculta, las promesas incumplidas, las imposturas, lo que parece pero no es. Sin embargo, no habla desde el despecho sino desde cierta diversión, porque no habla tanto de los otros sino de lo que siente y piensa ella, las preguntas que tiene, lo que sabe que quiere, y lo que no. Y narrando esas experiencias, entre Instagram y Happn, aparecen otras palabras, coladas, propias: entuerto, orondo, falluto y falluta.

Estas palabras (que yo hilvano con el hilo de mi escucha) son su lengua personal, le pertenecen, con ellas escribe en sesión. Entre esas palabras y ella hay proximidad. ¿Será el modo de habitar los nuevos espacios que la época ofrece, y profanarlos, pervertirlos? Pienso que son una forma de resistir a los emoticones con su género, el suyo propio, por excelencia: la correspondencia. El modo de «hacer uso» del objeto, crear lo dado, en términos de Winnicott. Le permite hoy hablarme a mí, en análisis, de lo que habla con otros. ¿Quién es aquí el destinatario? ¿Los otros, personajes de sus aventuras y desventuras? Las palabras se desprenden de aquellos diálogos, tal vez ya no estén dirigidas a un otro, su valor está ligado a poder interrogarse ella, «vivir para contarlo»: ¿a quién le cuenta, para quién cuenta?

En todo caso, habitar una proximidad verdadera.

En transferencia.

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