Edipo Rey arranca desde el vamos en la Sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes con una impecable puesta en escena, actuaciones y la dirección exquisita en sus más mínimos detalles de Cristina Banegas. Esta magnífica dirección está dotada de una gran originalidad ya que la traducción de la obra Edipo Rey de Sófocles del griego ático estuvo a cargo de Esteban Bieda, doctor en Filosofía, con quien Banegas trabajó en el lapso de un año y medio. Juntos lograron adaptar este texto teniendo en cuenta el original y retomando el Edipo de Alberto Ure y Elisa Carnelli que se había presentado en Rosario en el año 1991, haciendo honor a ambos con esta impactante versión libre.
Banegas maneja el espacio escénico de la sala más grande del Cervantes con una maestría impresionante. En el personaje de Edipo eligió a Guillermo Angelelli que se supera a sí mismo en esta actuación extraordinaria por la potencia escénica y su interpretación desgarradora y totalmente conmovedora al igual que la admirable Elvira Onetto (Yocasta) junto a un elenco de un alto nivel artístico.
La obra aborda una problemática central: la ética y la verdad. Jugando con las palabras, podríamos hasta plantear la verdad de la ética y la ética de la verdad. En este plano complejo nos encontramos implicados en una temática que requiere un análisis minucioso y que se sostiene a partir de que Edipo, Rey de Tebas, es convocado por el pueblo a intervenir frente a la situación caótica que produjo la peste. Edipo llega a ser Rey huyendo de Corintio a causa de la profecía de ser él quien mataría a su padre, y no conociendo su origen y que era adoptado, llega a Tebas por temor a matar a Pólibo (su padre adoptivo). En el camino a Tebas, y significativamente en una “encrucijada”, mata a Layo, sin saber que era su padre biológico que lo había abandonado porque el oráculo le había vaticinado que su hijo lo mataría. Al llegar a Tebas, se casa con Yocasta, “sin saber” (conscientemente) que era su madre, y se convierte en Rey, marido de su madre y hermano de sus hijos. Pero Edipo sin conocer su identidad ni sus orígenes, decide investigar hasta las últimas consecuencias la muerte de su predecesor en el trono, Layo, para averiguar quién le dio muerte. Es claro que Edipo “no sabe” tampoco que Layo fue su padre. Aquí surge la primera cuestión: ¿podríamos pensar que Layo es su padre y Yocasta su madre, y no quienes ejercieron su función, es decir, sus padres adoptivos? Si pensamos la parentalidad en términos de función, podemos afirmar que la función paterna fue ejercida por Pólibo y la materna por Mérope. Sin embargo, lo que elige tratar la obra es la búsqueda de la verdad que se convierte en obsesión y el punto en cuestión, enfatiza los alcances de su descubrimiento. Para conseguir una indagación profunda, Edipo consulta al adivino ciego Tiresias encarnado con maestría por Pablo Seijó, quien le da las pistas de su verdad haciéndolo bascular desde el extremo de la negación hasta la horrorosa aceptación, desde la depositación de la responsabilidad afuera, “…no sabía…” hasta la asunción de la misma. El conocer que fue él el asesino de su padre y el que esposó a su madre, lo lleva a reconstruir su verdadera historia y encontrarse con el engaño que vivió desde pequeño. Es decir, poder ir al encuentro de su identidad, la que le había sido ocultada porque los padres que lo abandonaron y por los padres que lo criaron.
Yocasta cuando “se da cuenta” que Edipo es su hijo, trata de seguir escondiendo la verdad porque se desata su sentimiento de culpa al ser descubierta como una madre que aceptó la decisión del padre de abandonar a su hijo para evitar el parricidio. En este punto, podríamos preguntarnos si Yocasta lo permitió por temor a que sea Layo quien cometa feminicidio compitiendo por el amor que ella sentía por Edipo… La culpabilidad envuelve a Yocasta y cargando con la culpa de Layo, decide suicidarse. Aquí aparece el planteo ético: la responsabilidad de los padres al decidir dar a luz a un hijo y en la actualidad, podemos pensar que el mandato de tener hijos sin tomar en cuenta los deseos en lugar de decidir un aborto, da lugar a los “abortos en vida”, un abandono con riesgo de muerte biológica o psíquica ya que el deseo de los padres es garante de la vida. Si el pastor no rescataba a Edipo, él moría.
Víctima y victimario de esta tragedia, Edipo no soporta la culpa por el incesto y el parricidio, y no acepta ninguna consideración y debe cumplir con lo que él, como Rey, había determinado como castigo para el asesino de Layo: el destierro. Edipo, a quien el solo destierro no le basta, se clava los broches de su madre en sus ojos (¿para des-abrocharse de Yo-casta?). Nos preguntamos si este acto es para no seguir viendo “tanta verdad” o bien es un acto simbólico para asemejarse a Tiresias, el viejo adivino ciego que sabía la verdad. Y la verdad que des-cubre el mito y sobre todo la obra de Banegas, es que los deseos incestuosos y parricidas son inherentes a la condición humana de nuestra cultura occidental, tanto como de los deseos fimicidas. De estos deseos inconscientes no se puede huir, marcan nuestro “destino” que, tal como señala Jung, lo que se suele llamar destino, es lo Inconsciente. Por todo lo que muestra el mito -que refleja en esta descomunal obra-, Freud coronó a Edipo como Complejo estructural de las neurosis.
La verdad absoluta del mito va de la mano de otra pregunta más profunda y más cruel: ¿cuál es el límite de lo soportable? De este modo, culpa, horror, angustia, se entraman en esta tragedia que se abre al interjuego encuentro/desencuentro con uno mismo, como emergentes no sólo de una familia, la biológica, y la no biológica que también oculta, sino también de una época. La obra da cuenta de todo esto, y, en términos actuales, hasta podríamos preguntarnos por la relación entre la verdad, el poder, el y las funciones parentales.
Cabe destacar el acompañamiento durante toda la obra de Carmen Baliero en el piano en el escenario como elemento teatral que le otorga un carácter dramático muy particular y un gran suspenso a la obra, el coro armonioso y tétrico como testigo omnisapiente, así como la iluminación de Jorge Pastorino que dan marco a la escenografía. El vestuario de Greta Ure combinado con el diseño del espacio de Juan José Cambre y una coreografía sincronizada hasta el extremo de Titiunik, conforman una obra que deja a los espectadores exclamando con aplausos cerrados con bises y fuertes ovaciones que no dejan que el telón baje, así como no cae el telón de este mito que se escenifica en nuestro imaginario donde se anclan los deseos más profundos de lo Inconsciente.