El año 1982 fue el último en que la Argentina fue gobernada por la dictadura militar en la que hicieron desaparecer a 30.000 personas en la tentativa de exterminar una generación entera que prometía una era de cambios. Dictadura militar que estableció un estado de sitio y reprimió todo tipo de reuniones y manifestaciones sociales, tanto, obviamente, las que fueran en oposición del régimen, como incluso las manifestaciones de apoyo al mismo (diferenciándose en esto de otros regímenes dictatoriales) ya que veían en esto una puerta abierta a la posible acción política de opositores.
Desde 1976 hasta 1982 toda manifestación popular fue prohibida excepto por dos casos puntuales: los festejos del mundial de 1978 y el desembarco de las tropas argentinas en Islas Malvinas del 2 de Abril de 1982.
Las tropas que protagonizaron aquel desembarco a las 11 de la mañana en territorio enemigo estaban formadas principalmente por jóvenes de 20 a 22 años sin entrenamiento ni experiencia militar, pertenecientes a la misma generación de lxs desaparecidxs.
La guerra de Malvinas de este modo se postula como un conflicto perdido de antemano (las cabezas militares sabían que no ganarían el enfrentamiento desde un principio) que no fue sino una herramienta más de exterminio generacional y un intento desesperado por conseguir apoyo popular mientras su reinado autoritario de excesos y miedo llegaba a su fin. En adelante, lxs Argentinxs fuimos educados para llamar HÉROES a las VÍCTIMAS de esta guerra impulsada por el General Galtieri, quizás en el intento de fomentar la reivindicación nacionalista en el pueblo, un nacionalismo belicista y belicoso que reclama ofensivamente al pueblo chileno de hoy (esxs mismxs chilenxs que estuvieron semanas enfrentándose con carabineros en las calles defendiendo sus derechos y repudiando el trato autoritario de un gobierno despótico) por las decisiones de su dictador en tiempos de aquella guerra de Malvinas. Pero lo cierto es que no hubo héroes en esta campaña, no hubo bravos soldados que con vocación bélica fueran mar a través a conquistar lo que fuera nuestro, no hubo valientes líderes emprendiendo una gran campaña por la soberanía nacional, no hubo pueblos traicionando a pueblos, no hubo pueblos reclamando lo suyo. Hubo sólo jóvenes empujados a la muerte segura, hubo dictadores mintiendo al pueblo sobre el avance y las posibilidades del ejército argentino, hubo víctimas que aún hoy se lloran y eran los sobrinos, los hijos, nietos, hermanos, amigos de quienes quedaban aquí. Hoy y siempre recordemos a los caídos, abracemos a los sobrevivientes y dejemos de lado el “orgullo” nacionalista para reconocerlos víctimas acorraladas en su realidad por un estado terrorista que los quería muertos. Recordemos cómo sucedió para que NUNCA MÁS nos vuelva a suceder.
Comienza el año 1982, sexto en que lxs argentinos somos gobernadxs por la Dictadura Cívico Militar que aterrorizaba a la población con persecuciones, desapariciones y prohibiciones. Seis años de abrumadora presencia militar en las calles, no podemos circular una vez que oscurece, no podemos reunirnos más de tres personas sin autorización especial, expresarse libremente es un verdadero riesgo para la vida. Los últimos años nos han golpeado fuerte, todxs conocemos a una o más personas que fueron desaparecidas, “chupadas” de sus casas por las fuerzas armadas. “Algo habrán hecho”, dicen quienes justifican su miedo, “hijos de puta, ya van a pagar”, piensan quienes sienten bronca pero callan con miedo.
Como cada año al final de febrero, en la radio se oyen los sorteos de conscripción, es el año en que se sortea la clase 63 y muchos de los nacidos ese año oyen el sorteo en la escuela. Según los últimos tres números del documento se asigna un número al azar, quienes reciben un número inferior al 500 se “salvan por número bajo” mientras aquellos que tienen números medios muestran gestos de resignación sabiendo su destino, era el ejército donde les esperaba un año de instrucción. Los números altos golpean las paredes o lagrimean desesperados sabiéndose destinados a la fuerza aérea o la marina donde el servicio dura dos años. Números que condenan la condición humana a un simple número que marca el destino de manera azarosa.
Aquel Marzo de 1982 las familias abrazan y despiden a sus hijos que se incorporan al servicio militar obligatorio, sin saber la suerte que esperaba a estos jóvenes de 18 años tan solo un mes después de comenzada su instrucción.
El 2 de abril de ese año Argentina está de fiesta. En todo el país se pueden ver imágenes televisivas de la Plaza de Mayo colmada de gente que festeja, algo que en los últimos 6 años sólo había tenido lugar tras la victoria de la selección nacional de fútbol en el Mundial. Galtieri vocifera escupiendo desde los balcones las palabras: “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla” y se observa la plaza llena de gente festejando la “guerra por la soberanía”, excepto los conscriptos, los “soldados en reserva” (generaciones del 61 y 62 que habían terminado su conscripción en diciembre del 81) y sus familiares que ya comenzaban a sospechar lo que se venía.
Durante el resto del mes los jóvenes de clase 63 (con sólo un mes de instrucción militar) son enviados a Malvinas para asegurar el territorio ocupado. Daniel, un joven de Mar del Plata, recordará para siempre oír en el avión que los lleva a las islas la esperanzada negación de algunos “seguro que no va a haber guerra” y la preocupación de otros “y, mirá son ingleses, qué sé yo”, en medio del tenso silencio de la mayoría. Durante ese mes, previo a la guerra, la correspondencia entre los prematuros soldados y sus amigos y familiares es fluida, mostrando un claro contraste con los anuncios oficiales por televisión y radio, según el estado, las tropas estaban en clara ventaja, “bien preparadas, alimentadas y con la moral alta”, pero la correspondencia se leía con escalofríos: “nos cagamos de hambre”, “hace mucho frío”, “todos tenemos miedo”.
Mientras llegan a los hogares de los soldados de reserva de las clases 61 y 62 (jóvenes 19 y 20 años de edad que habían completado el servicio militar obligatorio el año anterior) en verdes jeeps hombres uniformados que reparten citaciones al “deber”. Citaciones que significan abandonar estudios, trabajos, familias, amores, vidas para vestir de soldado y volar a Malvinas a “defender la soberanía nacional”. Las madres lloran, los hijos forman filas para la revisión médica.
El 1° de Mayo estalla la guerra y se corta toda comunicación con los pibes que están en las islas. La incertidumbre crece en familiares y amigos, mientras el estado sigue arengando la convocatoria del orgullo nacional, proclamando la ventaja del ejército argentino en la guerra en el intento de mantener la decadente popularidad de aquel régimen que estaba llegando a su fin.
Durante la guerra (que se extendería hasta el 14 de junio), acá en Argentina no se entiende de lo que sucede, la información que llega todas las noches a las 8, cuando el país entero se detiene para ver el noticiero por la televisión “Telenoche”, lo que se informa es engañoso. Se habla de las victorias de las tropas argentinas sin hacer ninguna mención de las bajas que se sufrían, se da a entender que estamos ganando el conflicto mientras estamos siendo derrotados. Asimismo, una tensión constante reina sobre todos los que alguna vez cumplieron con el servicio militar, cada vez que suena el timbre o el teléfono puede ser el llamado de guerra.
La guerra avanza y una noche el televisor trae la noticia del hundimiento del ARA Gral. Belgrano, nos enteramos que murieron un montón de pibes, pero no de cuáles. La amargura, la incertidumbre, la desesperación de todxs quienes tienen un hijo, un hermano, un amigo en la marina. ¿Murió o no Murió? Sucedió el 2 de Mayo, pero lo supimos cerca de fin de mes.
Primeros días de Junio, Argentina está perdiendo la guerra, pero acá no lo sabemos, algunxs en Buenos Aires llegan a sintonizar radio colonia (de Uruguay) y oyen la verdad, se corren rumores, algunas familias reciben llamados de familiares en el exterior lamentándose y expresando condolencias por la derrota en la guerra. En el noticiero hablan de cualquier cosa menos de lo que todxs quieren saber.
Nunca hubo un reconocimiento oficial de la derrota. Nunca existió un listado de bajas. Los chicos vuelven cada uno a su pueblo y todo el mundo se acerca a recibirlos. Ahí nos enteramos cuál vuelve y cuál no, y quién vuelve sin un brazo, sin una pierna.
Seiscientos cuarenta y nueve no volvieron, mientras que 1082 resultaron heridos. A través de aquellos que vuelven nos enteramos del horror vivido allá en las islas: la falta de alimentos, de descanso y de cómo sin experiencia militar, algunos casi sin entrenamiento, fueron enviados al frente, confrontándose a vivir el horror durante esos meses. Es notorio el deterioro emocional y psicológico de muchos de los que volvieron, supimos año tras año hasta hoy, cómo muchos no soportan y se quitan la vida (actualmente cerca de 350 de ellos), muchos de ellos abandonados y marginados tildados de “locos de la guerra”. La propaganda nacionalista los llama “héroes” los días 2 de abril y los olvida el resto del tiempo, en contraste con la historia que los recuerda siempre víctimas de un gobierno de facto que los envió a la muerte y el horror de una guerra que (sabían) era imposible de ganar en un desesperado intento de perpetuarse en el poder y obteniendo popularidad en la invocación absurda del orgullo nacional y la lucha por la soberanía.
Recordamos aquella bandera de las Madres de la Plaza en la jornada del propio 2 de abril de 1982: “Las Malvinas son Argentinas, los desaparecidos también”. Hoy y siempre, recordemos a los caídos, abracemos a los sobrevivientes, víctimas de la última dictadura cívico militar que golpeó a nuestro país. Y sobre todo, recordemos a los responsables, para que NUNCA MÁS vivamos horrores semejantes.